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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La mentira invencible

Una bella fotografía y una canción pegadiza pueden más que todas las evidencias históricas juntas

Tiene razón Albert Rivera al criticar que Juan Carlos I represente a España en los funerales de Castro: "La condición de dictador del mencionado dirigente político cubano, su responsabilidad durante casi 60 años en la represión de su propio pueblo, la conculcación de sus libertades y la negación de un desarrollo económico que permita vivir dignamente a la mayoría de su pueblo y el masivo exilio que ha generado son, a juicio del diputado que suscribe, razones suficientes para modular la representación de España en sus exequias".

Aunque cabe sospechar que los líderes que están anunciando su visita vayan a La Habana por razones muy parecidas a las que llevaron allí a Hyman Roth y a Michael Corleone en la víspera de la revolución, para tomar posiciones ante el futuro reparto de una Cuba fracasada y hundida en la miseria, la reacción española ante la muerte del anciano dictador está siendo desconcertante, por no decir un poquito repugnante. La derecha por complejo, la socialdemocracia por antiguas querencias (entre las que figuran los buenos ratos que muchos han pasado allí) y la izquierda por admiración al personaje y a su liberadora dictadura, están mostrando una nostálgica complacencia -¡habré oído estos días en los informativos "Se acabó la diversión…"!- por el mito de la revolución castrista.

Se diría que temen la crítica como si fuera un encantamiento que los convierta en corruptos putañeros defensores de Batista, sucios espías americanos con camisas blancas de manga corta y corbata, gánsteres de Miami y sobre todo avejentados reaccionarios, momias polvorientas que se enfrentan en vano a los eternamente jóvenes y guapos revolucionarios fotografiados por Alberto Korda. Y además está la música. ¿Cómo resistirse a Carlos Puebla y a las dulzuras de la Nueva Trova? Una bella fotografía y una canción pegadiza pueden más que todas las evidencias históricas juntas. Fidel y el Che son tan indestructibles como Marlon Brando en camiseta o James Dean paseando un día de lluvia por Times Square. Se cumple en esto la famosa sentencia del fordiano director del Shinbone Star: "Cuando la leyenda se convierte en hecho, imprime la leyenda". ¿Quién puede luchar contra una leyenda? James Stewart, y no John Wayne, mató a Liberty Valance; y Castro fue un libertador, no un dictador vendido a otra dictadura aún más asesina que la suya para, al final, dejar a su país en la miseria.

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