Largo, seco y fresquito, el puente que enlaza el festivo de la Constitución con el de la Inmaculada ha traído en su mochila un buen puñado de sensaciones mayormente positivas. Hoteles, bebederos y comederos hasta la mismísima corcha, riadas de gente por el corazón de la ciudad, especialmente por ese trozo de tierra que es el secreto de tal poder de convocatoria, con el adobo de una explosión de arte al conjuro del memorial a Murillo. Obligado a un viaje urgente y triste a Madrid, era tremendo ver en la mañana de la Constitución el aluvión de coches que, Ruta de la Plata abajo, corrían en dirección a esta especie de tierra prometida que Sevilla es para el personal de Despeñaperros arriba. Estamos en un puente para los anales y para tomar buena nota de cara a que cuidemos la imagen de esta joya, no vaya a ser que la lustrosa vaca muera de éxito a fuer de ordeñarla.