Previsión El tiempo en Sevilla para el Viernes Santo

Desde mi córner

Luis Carlos Peris

La milonga nuestra de cada año

TODOS los años igual. La final de Copa nos lleva habitualmente a soportar la sempiterna dualidad, esa guerra Madrid-Barça que no se da tregua y que salpica a todo nuestro fútbol. Este año tenemos una final clásica que se ha repetido últimamente y el problema ahora está en lo de siempre, que el deseado Bernabéu no lo cede el anfitrión así como así por motivos tan extradeportivos como estrafalarios y sólo comprensibles desde el cainismo.

En los tiempos de por el imperio hacia Dios, Chamartín era el sitio de la final jugase quien jugase. Es más, en él perdió el propietario varias, dolorosísimas las que, a principios de los sesenta, cedió ante su gran rival de entonces, el Atlético de Madrid. El enorme Real Madrid de Alfredo di Stéfano también perdió una con anterioridad frente al Atlético de Bilbao y hubo de esperar al 62 para pasear la Copa del Generalísimo en un partido épico frente al Sevilla de Antonio Barrios.

Athletic y Barça, los dos finalistas, quieren jugar en el Bernabéu, pero el Madrid seguro que prepara alguna excusa para negarse. Aquella vuelta olímpica del Barça con Joan Gaspart a la cabeza a la terminación de la final con el Betis mientras atronaba los espacios el himno azulgrana no se olvida. No se olvida y una repetición aterroriza, por lo que cuando no son unas obras o un concierto es la ridiculez de que el Castilla tiene que usarlo en una hipotética promoción.

Excusas van y vienen para sonrojo de este fútbol nuestro en el que las pelillerías abundan. Ahora que ya no hay Balón de Oro en disputa, no más acabe el tsunami del Clásico del Domingo de Pasión, tendremos sobredosis de argumentaciones y de excusas. El Bernabéu es el ideal por situación geográfica y por aforo, pero la posibilidad más que posible de que el Barça campeone levanta un sarpullido insoportable. Antaño no pasaba esto, pero es que entonces todo era muy distinto.

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