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El ministro de Fomento

No ha inaugurado nada suyo, por falta de tiempo, pero parece que hace mucho y no se compromete a nada

Ser ministro de Fomento (y no perecer en el intento) es un buen baremo para calibrar la inteligencia y habilidad de los políticos. Antes se denominaba de Obras Públicas, que era más concreto. Mientras que Fomento queda más difuso y confuso, de modo que no es imprescindible ejecutar las obras públicas, sino que basta con dar coba a la gente. En los últimos tiempos se da por supuesto que este Ministerio debe ser para cobistas. Y así hemos llegado a José Luis Ábalos, que no ha inaugurado nada suyo, por falta de tiempo, pero parece que hace mucho y no se compromete a nada. En el futuro del peaje de las autopistas se va a retratar. Al tiempo.

Ministro de Obras Públicas fue Josep Borrell, con Felipe González de presidente. Borrell se hartó de inaugurar obras cuando la Expo 92, y después enseñó una maqueta del nuevo puente de Cádiz, pero era una maqueta falsa. Con el tiempo, presidió el Parlamento Europeo; y de mayor, en vez de jubilarse, fue consejero de Abengoa, escribió un libro sobre Cataluña y ahora es ministro de Exteriores con Pedro Sánchez. Un ejemplo para las nuevas generaciones.

José María Aznar tuvo como ministros del ramo a personajes como Rafael Arias Salgado y Paco Álvarez Cascos. Este último procedió con amplias dotes de mando, incluso en su partido, antes de triunfar en las revistas del corazón y aspirar a ser caudillo de Asturias, como Revilla en Cantabria, aunque le salió peor. Y peor aún le salió el Ministerio de Fomento a Magdalena Álvarez, por culpa de una nevada y otros detalles. Después, también con Zapatero, ejerció Pepiño Blanco, al que le perdió su puntito chulesco y el lío del caso Campeón.

Rajoy acertó con su amiga Ana Pastor, que sobrevivió a Fomento, como a todo. Con la moción de Sánchez y compañía echaron a los del PP, pero Ana Pastor sigue como presidenta de las Cortes. Es como un oasis del gallego. Por contra, Iñigo de la Serna, dijo que no estaba para perder el tiempo en política, y optó por recolocarse.

El delegado del Gobierno en Andalucía, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, ha tenido mucha suerte. En las quinielas de los ministrables lo situaban como ministro de Fomento, pero quiso el destino (o sea, su amigo Pedro Sánchez) que lo enviaran a la Delegación del Gobierno. Ser ministro de Fomento es como ser el genio de la lámpara de Aladino. El señor Ábalos ya se está enterando de lo que vale mantener una autopista y construir un Metro. Y no puede culpar a Rajoy, que registra propiedades.

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