La ciudad y los días

Carlos Colón

Bajo la misma túnica

SI pudierais ver sus túnicas perfectamente planchadas, colgadas junto a las de sus maridos y sus hijos, bien visible a la izquierda, allí donde latirá el corazón, los dos óvalos con la cruz de Malta y las armas de Castilla, de León y de Granada, las doradas flores de lis en campo de azur y la palma del martirio sobre la parrilla de San Lorenzo, la Corona Real, la tiara Pontificia sobre las llaves de Pedro y los ángeles sosteniendo el "In manu eius potestas et imperium". Si pudierais ver el severo brillo del ruán no estrenado, los ojales vacíos del antifaz tras los que se derramarán tantas lágrimas, las sandalias que nunca han pisado plaza; y oler el esparto nuevo.

Si pudierais ver a vuestras hijas, hermanos del Gran Poder que ya cumplisteis vuestra última estación de penitencia ante el Cristo de las Mieles, dispuestas para cubrirse como vosotros os cubríais al salir de vuestras casas. ¿Cuántas veces, en el portal, os atirantaron la caída del antifaz sobre los hombros? ¿Cuántas veces os vieron iros calle abajo, erguidos, a paso vivo de nazareno severo, camino de San Lorenzo?

Si pudierais verlas llegar a Pescadores, entrar en la Basílica y ver al Señor como hasta ahora sólo los hombres podían verlo: hambriento de Madrugada, pleno de fuerza, ascendiendo con su poderosa zancada, no al monte Calvario, que eso será cuando vuelva exhausto por Cardenal Spínola, sino al de las bienaventuranzas.

Quiero pensar que las veréis. ¿Acaso no dice el Catecismo que los bienaventurados interceden por nosotros en la gloria, ayudando a nuestra flaqueza? Quiero pensar que sabéis que esta noche vuestras hijas acompañarán por primera vez al Señor que en esta tierra mejor representa al Dios vivo ante cuya perpetua Epifanía vivís eternamente.

No es fácil nacer adulto a una túnica de ruán. Pocos hombres que la estrenaron a los catorce años la han visto, afortunadamente, vistiendo por última vez el cuerpo de un padre. Evolucionamos los hombres de la túnica joven, que no pesa, a la adulta, que abruma. Pero lo hacemos poco a poco, al paso de la vida; mientras que vosotras os haréis adultas en una noche.

Y que nadie se equivoque; y menos, vosotras. No hay complacencia morbosa en estas cosas, sino su contrario. Vestir una túnica o amortajarse con ella con dos formas de decir un Amén sevillano al final del Credo: "Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro". Esta noche sentiréis que lo que parecía mortaja es símbolo de vida eterna. Y aprenderéis que bajo una túnica, en la más íntima comunión de los santos con quienes tantos años la vistieron, las lágrimas son buenas.

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