FERIA Toros en Sevilla hoy | Manuel Jesús 'El Cid', Daniel Luque y Emilio de Justo en la Maestranza

Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

No es lo mismo

En España ha irrumpido una honda fractura política, pero no hay una fractura social; la gente está a sus cosas

Para cualquiera que haya estudiado la complicada historia de España del siglo XX, las tres jornadas de la sesión de investidura le habrán traído ecos de los años treinta. Entonces el Congreso de los Diputados también era un guirigay de acusaciones e insultos de grueso calibre que presagiaban la ruptura del país en dos mitades irreconciliables que iban ahondando trincheras de odio y de división. Entonces por el viejo edificio de la Carrera de San Jerónimo se paseaban personajes como Francisco Largo Caballero, José Antonio Primo de Rivera, Pasionaria, Alejandro Lerroux o José María Gil Robles, por citar solo algunos de los que iban alimentando el magma que desembocaría en la tragedia que partió España. Afortunadamente para todos, también para los actuales inquilinos del Palacio de las Cortes, ha pasado casi un siglo y España ha aprendido la lección de la Historia, por mucho que algunos se empeñen en aparentar que no es así. Ni la política ni los políticos son los de entonces, aunque algunos de los gritos y los improperios que se han escuchado en los últimos días y el desprecio con que algunos han tratado a la Constitución y a las instituciones del Estado podrían recordarnos a los agitados años de la República.

No es la misma la política, pero sobre todo no es la misma la sociedad. Lo que se ha visto durante el debate de investidura en el Congreso es una profunda crisis política provocada por la torpeza y la desmedida ambición de los nuevos líderes que han sustituido a los que recogieron el viento de cola de la Transición y por la ruptura de un modelo bipartidista que, mal que bien, había logrado articular al país y equipararlo a las democracias europeas avanzadas. Pero mientras en el Congreso poco menos que se mentaban a las madres, desde alguna tribuna surgían gritos de asesinos y se ninguneaba al Rey, la gente estaba a otra cosa. Nunca se había detectado mayor desinterés en el país real por la representación que llevaba a cabo la élite política de Madrid. Y no sólo porque el debate en cuestión irrumpiera en unas fechas de honda significación familiar, en la que la gente está pendiente de comidas y regalos y la rutina del día a día está rota. También porque la política cada vez está más alejada de las preocupaciones de las personas que cada día pisan las calles. Los políticos se enfangan, pero el común de los españoles les hace el caso estrictamente necesario. Hay en el país una fractura política, a la que es necesario no perder de vista. Pero no se ve una fractura social. Por eso lo que pasa ahora en España es tan diferente de lo que pasó en los años treinta.

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