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El misterio del cansancio

El cansancio de los profesores en los primeros días de clase es raro y, si se entiende, radiante

Lo he comentado con otros compañeros del IES y todos coincidimos, incluso los más jóvenes y enérgicos. El cansancio de los primeros días de clase es incomparable al de ningún otro período del curso. A primera vista, resulta muy raro, porque las primeras horas se hacen las amenas actividades iniciales y el esfuerzo pedagógico no es máximo. A mediados de octubre se alcanzará la velocidad de crucero y las clases tendrán ya una intensidad intelectual que todavía no.

¿Entonces? Como decía Luis Cernuda, "estar cansado tiene plumas,/ tiene plumas graciosas como un loro", y será natural, por tanto, poner la pluma a carretear un artículo sobre esta cuestión. Tampoco tengo muchas opciones, porque el cansancio me tiene en sus garras y no tendría fuerzas ni para hablar del volcán de La Palma, donde todos estamos de acuerdo en la inevitabilidad del fenómeno natural y en lamentar las pérdidas sentimentales y materiales. Bueno, pues ni para eso.

Lo más grande del cansancio escolar es su motivo. Nada, ni siquiera los temas difíciles de la programación, exigen tanto como el encuentro personal cara a cara con cada alumno nuevo. Este cansancio inicial sólo puede nacer de ahí. El profesor tiene que asumir la enormidad del trato con un espíritu (con muchos más, pero en principio sólo sabe sumar hasta uno). Un viejo admirador de La guerra de las galaxias diría que en cada encuentro se percibe una gran perturbación en la fuerza.

El profesor, además, sabe que en esas primeras horas se la juega. Los alumnos, quizá inconscientemente, le estarán midiendo, tanto como él los sopesa a ellos, o más. La tensión inevitable se puede cortar en el ambiente. Pero nada de eso es irreversible y, aunque costaría mucho enmendar una primera impresión equivocada, lo trascendente es la magnitud del encuentro entre dos espíritus.

Debería explicárselo a los alumnos para que se diesen cuenta de que no habrá tema, ni materia, ni cuestión que resulte más compleja y exigente que la simple presencia de su propio espíritu, que es el mayor misterio. Al profesor, a partir de estos primeros días de contacto, todo lo demás que tenga que explicar le resultará sencillísimo. También al profesor, si lo recuerda, este cansancio le servirá para no olvidar (luego entre temas e informes y ejercicios y exámenes) la verdadera envergadura (el peso metafísico casi aplastante) de su profunda responsabilidad última con los alumnos.

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