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La ciudad y los días

Carlos Colón

El mito rancio

POR cosas de la Transición y respeto a la memoria de las luchas campesinas se le han reído las gracias demasiado, y durante demasiado tiempo, al alcalde de Marinaleda. Como si tomara vida el cuadro de Pellizza Da Volpedo El Cuarto Estado, que se popularizó al ser el cartel de Novecento, Marinaleda se convirtió desde los 70 en un símbolo de la lucha del pueblo; que además actualizaba las antiguas agitaciones campesinas andaluzas sobre las que escribió Juan Díaz del Moral en 1928. Reunía tantos elementos emocionales para suscitar la simpatía solidaria que se fueron pasando por alto los que hubieran debido enfriarla; especialmente sus simpatías batasuneras y dictatoriales.

A lo largo de los años se han ido alternando las noticias que suscitan simpatía hacia Marinaleda y las que la atenúan, equilibrándose poco a poco la balanza. Un ejemplo sería el reciente reportaje que el New York Times le dedicó como ejemplo de pueblo sin hipotecas, paro y delincuencia; pero recogiendo también las sombras: "Sus críticos dicen que las afirmaciones de Mister Sánchez son exageradas, y que su éxito ha sido dividir la miseria más que crear riqueza"; mientras el edil socialista Rodolfo Aires afirmaba que "Sánchez Gordillo criticaba los señoritos del pueblo, pero ahora actúa como ellos".

Los violentos intentos de cortar la SE-30 y las vías del Ave, y el gesto con aroma a Tejero de ocupar la sede de RTVA, exigiendo aparecer rodeando a los presentadores durante la emisión del informativo del mediodía y que se hiciera una entrevista a Sánchez Gordillo, pesan en el platillo negativo. Han pasado muchos años desde la Transición y muchos más desde las luchas sobre las que escribió Díaz del Moral. "Se ha inculpado al anarquismo -afirmaba en su Historia de las agitaciones campesinas andaluzas- por sus tremendos errores de táctica. Aparte del terrorismo y la acción individual, que constituyen su baldón, ¿hubiera sido eficaz en Andalucía otra cualquiera? (…) Las voces socialistas, secas y frías, a mil leguas del corazón de los trabajadores, hubieran tardado un siglo en despertar a los dormidos. (…) Sólo una doctrina de tipo religioso y utópico, con sus numerosos y fervientes apóstoles, con su ardiente y copiosísima predicación, con su impulsivo sectarismo, con su entusiasmo delirante, con sus enseñanzas ingenuas, primitivas, simplísimas, tan cerca, por eso, de la sensibilidad y del entendimiento de las masas andaluzas (…) tenía virtud bastante para operar el milagro".

86 años después, y en una democracia plena, seguir este exaltado camino mesiánico es, como mínimo, un error.

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