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Les juro que no entiendo nada. Las reacciones que en la izquierda española ha producido la celebración del acto convocado en Alsasua por España Ciudadana me dejan sumido en la más profunda perplejidad. Afirma, por ejemplo, Ánder Gil, portavoz socialista en el Senado, que se trata de una "grave irresponsabilidad" que tiene como efecto "avivar los conflictos, no fomentar la convivencia e incrementar el agravio entre españoles". Igual hasta se lo cree. Podemos, siempre tan solícito con el mundo abertzale, reitera el argumento: "Es tremendamente irresponsable que alguien que se llena la boca con la palabra España se dedique a confrontar a unos españoles con otros como estrategia". Ole, ole y ole. El ministro del Interior, Grande-Marlaska, con algo más de finura, reprocha el sitio, pero no el acto. Para él, la defensa de las propias ideas, que nunca es ilegítima, debe hacerse con más cuidado, procurando realizar "acciones que no conlleven el riesgo de crispación". Sus palabras (tan parecidas al "prohibido molestar a las fieras" de los zoológicos) le colocan en una equidistancia hipócrita entre la defensa del Estado de Derecho y la jauría que mató ad libitum durante décadas. Ante tanto disparate, uno se pregunta qué nos está pasando. ¿Por qué un Gobierno que se dice demócrata increpa a los defensores de la democracia y ampara a quienes segaron cientos de vidas? ¿Es ése un precio pagable por mantenerse en el poder? ¿Piensan de veras que con estas bestias cabe algún tipo de diálogo?

Vergüenza debería darles. ¿No les revuelve el estómago el hecho de que entre los reventadores de Alsasua estuviera Jesús María Zabarte, el jamás arrepentido carnicero de Mondragón? A mí sí. Cobarde como pocos, Zabarte asesinó a 17 personas ("ejecuciones necesarias" las llama). Este salvaje, recuérdenlo, después de haber dado muerte a tres policías desarmados en Rentaría, persiguió a la ambulancia que transportaba a un cuarto, malherido, la detuvo y lo remató sin piedad. ¿A él y a los suyos es a quienes no debemos importunar?

Cuando un país se pierde el respeto a sí mismo sólo nos queda el asco. Éste que ahora me dan tantos mesías de memoria intermitente, tan vigorosa para lo antiguo como flaca para lo cercano. Ellos, divos de la progresía, monopolizadores de la verdad, se deleitan en acariciar a los lobos y en apalear a los corderos. A lo peor, porque comparten naturaleza y se amamantaron del mismo y abyecto veneno.

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