MONCHI desafió a la suerte al cerrar una plantilla con sólo tres centrales puros y, sobre todo, minusvalorar el riesgo de quedarse sin porteros de la primera plantilla en un mes clave, enero, mientras Bono se enrolaba junto a En-Nesyri y Munir en la selección marroquí. Igual que en años precedentes arriesgó al no procurarle a Jesús Navas un segundo lateral derecho puro que lo descargara de minutos, el director deportivo ha abundado esta campaña en los retos a la Fortuna, como si estuviera convencido de que esa audacia siempre se va a ver premiada por la diosa con una venturosa campaña, incluso alguna lluvia más de monedas de plata.

Pero en el mundo del fútbol profesional, más en entidades referenciales que manejan presupuestos de nueve dígitos, a la suerte hay que darle el mismo sitio que cualquiera de los mortales le damos en nuestro día a día: uno compra un cuponcito de la ONCE de soslayo, mientras desayuna, o echa un boleto del Euromillón con aire rutinario por lo que pueda pasar, pero mientras los paga, la mayoría cavila para que no le sobre mes al final del sueldo.

La suerte no puede entrar en planificación laboral alguna. Ni la mala suerte puede entrar en el espinoso jardín de las excusas.

La exageradísima plaga de lesiones que martiriza al Sevilla no puede ser explicada por fenómenos esotéricos. En el club se han convencido por fin de que la concatenación de lesiones no traumáticas, partido tras partido, debe tener causas empíricas.

Y ese convencimiento, que impele a una reacción institucional para combatir de algún modo la plaga, es aconsejable en su contenido. Pero ojo a las formas, ya que puede resultar aún más pernicioso que la propia lista de lesionados: el fuego entrecruzado entre cuerpo técnico, jugadores, equipo médico y dirigentes atentaría contra la estabilidad y armonía entre los sanos. Es turno para Monchi. Y que no lance una moneda al aire...