¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Un monumento al sevillano desconocido

Noel Rivas perteneció a ese grupo de sevillanos que hace que, pese a sus tonterías, esta ciudad sea digna de habitar

CUANDO el entonces director de Diario de Sevilla, José Antonio Carrizosa, me encargó la serie de entrevistas dominicales El Rastro de la Fama alguien me comentó: “La mantendrás un par de años y luego pasarás a otra cosa. No creo que en Sevilla haya gente suficiente con el perfil que buscas”. Llevamos ya 13 años en el tajo. Si algo me ha dejado claro el ninguneado oficio de periodista local es la enorme riqueza humana que hay en Sevilla, la gran cantidad de gentes sorprendentes que habitan esta urbe con casi 3.000 años de antigüedad. Casi todos estos hombres y mujeres son unos completos desconocidos fuera de sus círculos profesionales y de amistad, y nunca están invitados a los actos del ringorrango oficial, ni salen en las revistas de crónica social, ni van a ningún palco taurino, catedralicio, operístico o futbolístico. Y, sin embargo, sus peripecias vitales son dignas de Salgari, atesoran bibliotecas que nos remiten a Alejandría, traducen idiomas perdidos, solucionan ecuaciones endiabladas, han viajado al mismísimo infierno, comercian en Samarcanda, han inventado ingenios maravillosos, besaron labios legendarios, curan lo incurable... Algunos nacieron aquí y otros, por decisión propia o por azar, terminaron viviendo en una ciudad que, pese a lo que muchos piensan, es un gran rompeolas desde el momento que llegaron las proas fenicias. Es esa Sevilla secreta y asombrosa la que hace que, pese a sus muchas tonterías, merezca la pena habitar esta ciudad.

Noel Rivas Bravo perteneció sin duda a esta Sevilla. Hasta hace unos días ni siquiera conocía su nombre. Me lo descubrió Miguel Polaino-Orts durante la entrevista que le hice la semana pasada en su casa-libro. Las referencias eran inmejorables: un nicaragüense que eligió Sevilla para vivir, docente de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua y la Hispalense, especialista en Rubén Darío, director de la Imprenta Nacional de Nicaragua, numerario de la Academia de la Lengua de su país, frecuentador de tertulias y con una cierta fama de gurú cultural en círculos muy reducidos... Quedé en localizarlo para someterlo a interrogatorio, pero no pudo ser. Apenas unos días después recibí la noticia de su repentina muerte.

Quizás habría que levantar un monumento a todos esos sevillanos que, pese a lo que aportan, nunca son reconocidos por los poderes políticos, económicos, culturales y sociales. Un túmulo con su pequeña flama, como los memoriales a los caídos en las batallas, como agradecimiento a lo que tanto dieron y tan poco fueron reconocidos.

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