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La crónica económica

Rafael / Periáñez

La mora verde

CONTRASTANDO una vez más la conocida Ley de Murphy, lo que tanto se temía ha acabado sucediendo: la crisis económica es un hecho incuestionable del que, como mínimo, nos pasaremos meses hablando y escuchando opiniones de todo tipo. Muchas empresas ven bajar alarmantemente sus beneficios; las cifras de paro se descontrolan; la inflación se sitúa en tasas superiores a las que veníamos observando y, para colmo de males, coexiste con el estancamiento económico. El ciudadano de a pie, convencido por la reiteración de mensajes de alarma, decide o se ve forzado a reducir sus niveles de consumo y muchos hasta de bienestar. Y como sucede con la pérdida de un ser querido, el cierre de una empresa se nos antoja una tragedia de difícil reparación. Si en lugar de una son cientos de ellas, es sencillo imaginar que la tragedia se vuelve inmensa y sus consecuencias difíciles de prever o cuantificar.

Lo que tantas veces he oído del refranero quizás sea cierto: la mancha de la mora con otra verde se quita, decían los antiguos; y si una empresa desaparece vencida por los acontecimientos, el mejor de los remedios es buscar el modo de hacer surgir otras con mayor capacidad para generar riqueza y empleo. Es precisamente en esto en lo que quiero incidir de manera especial.

He tenido oportunidad de escuchar tantos comentarios despectivos sobre las características de las nuevas generaciones de jóvenes, que muchas de las veces tengo mis dudas sobre si esos comentarios tienen una buena intención de fondo y si no son un elemento que retroalimenta una pretendida realidad que pocos pueden demostrar como cierta. Debo decir al respecto que una inmensa mayoría de los que yo he tenido oportunidad de conocer difieren abiertamente del estereotipo que se nos intenta vender. Puede que sean diferentes a los de generaciones pretéritas, pero nunca he creído que la diferencia deba ser entendida como inferioridad.

Al igual que los pensamientos negativos abonan y agravan las situaciones de crisis, una visión optimista y positiva de las cosas contribuye a luchar contra lo que no se desea que suceda. Lo que tenga que ser será, pero si hay que asignarle la propiedad a los resultados de todo ello, ésta debe recaer sobre los que hoy empiezan a despuntar como los artífices del futuro, y sería bueno mostrarles públicamente nuestra confianza en sus posibilidades. Si ahora más que nunca se necesitan nuevas empresas, convendría incidir desde todas las instancias públicas y privadas en que sean precisamente nuestros jóvenes los que más las creen. Ellos, a fin de cuentas, tienen derecho a ser los protagonistas de un futuro que les pertenecerá. Convencerlos de sus posibilidades, animarlos y apoyarlos en sus proyectos e ilusiones empresariales es lo que de verdad nos toca a los que ya no podemos alardear de tanta juventud. Me atrevería a decir que quien no opte por este camino estará incurriendo en los defectos que tanto critica en ellos, y quizás, en realidad y sin ser consciente de ello, esté hablando no demasiado bien de sí mismo.

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