SE acaba el Mundial de Motociclismo aunque los organizadores no quieran. Se termina, con todas las de la ley, con dos de los campeonatos decididos y el otro prácticamente. Valentino Rossi remató su octavo título en MotoGP la semana pasada en Japón y Mike di Megglio lo ha hecho este domingo en Australia en la categoría pequeña. Simoncelli se impuso también en Phillip Island y es más que probable que alcance su corona de dos y medio en Malasia, con lo que el Gran Premio de la Comunidad Valenciana, el fin de fiesta, quedará apenas en una concentración de moteros sin mayor aliciente.

Suena todo esto a oportunidad perdida para los amantes del motor y de las motos. Dorna, propietaria del Mundial de MotoGP, intenta lanzarle desde hace años un órdago al superpoderoso Bernie Ecclestone y su Fórmula 1. Y no consigue llegar siquiera a asustarle pese a que cuenta con una de las mejores generaciones de la historia en todas las categorías.

Las razones son muchas. Las explicaciones, escasas. Para empezar, es incomprensible que un deporte cuyas mayores audiencias se concentran en Italia, España y Alemania tenga su desenlace en Japón, Australia y Malasia. Es como si la final de la Liga de Campeones se disputara en Tokio y la mayor cuota de mercado tuviera que trasnochar para verla. Eso es lo que pasa ahora en el motociclismo, que tiene que ver a sus campeones entre cafés con leche y legañas en la madrugada.

La otra cuestión es la de la indefinición. El Mundial de motociclismo vive ahora en una catarsis hacia lo que se supone será su consolidación definitiva en cuestión de motores, neumáticos y categorías. Una apuesta por el espectáculo, sí, pero que de nada valdrá si las aficiones que mantienen este negocio, en lo que a derechos de televisión se refiere, tienen que vivir los momentos decisivos del Mundial de madrugada o en diferidos sin emociones.