POCO a poco, la España leve de la catarsis deja paso a la España disparatada de siempre, enredada en corruptelas, debates territoriales e insuficiencias cardioeconómicas. La sociedad paga cara su naturaleza invertebrada. Existe en este país un cromosoma expansivo que anula la ambición y desactiva las grandes reivindicaciones. El hispano es raramente ducho como animal civil, y si lo es, la condición adicional consiste en que la empresa sea abarcable. El ejemplo es la PAH. Pero modificar el espíritu de una nación tan vieja es titánica tarea. Decía un alto funcionario europeo que, más que a los italianos, los españoles se parecen a los alemanes. Esa frase encierra una considerable dosis de ignorancia o, peor aún, de maldad. España es inferior a Italia porque aquí el robo institucional es más sutil, menos burdo hasta que alguien tira de la manta, e incluso así, los culpables siempre niegan la evidencia retando al mundo y a sus castas (Bárcenas es el paradigma). El descaro italiano implica un generalizable "yo también lo haría". El cinismo español, un "jamás reconoceré que lo haría aunque lo hiciese".

Nuestros políticos tampoco contribuyen a crear un Estado 2.0, y aquí nos viene de perlas aquella teoría de Cabot Lodge sobre la amenaza del intrusismo: "Los inmigrantes del sur y el este de Europa son un peligro para la raza americana". Presumiremos que el republicano no se refería precisamente a los indios nativos, aunque da lo mismo, el caso es que Rubalcaba, Rajoy, Mas, Urkullu, Díez, Díaz y quienes quiera que vengan detrás con el chupete de un partido convencional consideran que cualquier tentativa de cambio es una amenaza para la raza política.

Formidable parece, en cualquier caso, el estoicismo de la ciudadanía. Con uno de cada cinco compatriotas al borde la pobreza, salarios a la baja, sanidad y educación en retroceso cualitativo y cuantitativo, subidas de impuestos permanentes, nacionalismos recalcitrantes, barreras autonómicas cuasiarancelarias y una Casa Real sin prestigio, lo raro es que España siga sin arder. Y esta frase reconduce al principio del texto y a la cuestión esencial: ¿Nos anestesiaron o nos anestesiamos? ¿Tenemos remedio? ¿Cómo se jubila un sistema democrático en Occidente para sustituirlo por otro mejor?

Mientras esas preguntas flotan sobre nuestras cabezas, Susana Díaz ganará unas primarias amañadas; Rubalcaba le explicará a Mas en qué consiste la propuesta del PSOE para que Cataluña no se independice de derecho sino de hecho; Rajoy seguirá escondiéndose de la prensa; Montoro balbuceará estupideces sobre la Infanta o el IVA o las nostalgias del pasado; la juez Alaya dedicará otros tropecientos años a una investigación que tiene más de reality show que de proceso judicial; las empresas ofrecerán trabajos a tiempo completo por 450 euros brutos al mes; los banqueros dejarán sus puestos con indemnizaciones millonarias; algunos medios en castellano escribirán A Coruña pero no London; y el Rey nos dirá que lo siente (otra vez).

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