NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Me parece un escándalo que los clásicos festivales flamencos de verano hayan bajado bastante el nivel de sus carteles. Es mejor una muerte digna, que humillarlos como lo están haciendo. O que ensuciar la memoria de quienes los crearon. Me estoy acordando de los fundadores de festivales como el de Mairena, la Caracolá de Lebrija, la Yerbabuena de las Cabezas, la Reunión de Cante Jondo de la Puebla de Cazalla o el Gazpacho Andaluz de Morón. Algunos de estos los están intentando reciclar y adaptar al concepto contemporáneo que inauguramos en Arahal hace casi un cuarto de siglo, con El Gurugú. La Puebla y Lebrija, por ejemplo, están haciendo un esfuerzo, aunque en el pueblo de Francisco Moreno Galván y José Menese, La Puebla, encabecen este año la Reunión con una cantaora que lleva años muda y dando ojana, como es Carmen Linares. Recuerdo cuando en el Festival de Dos Hermanas, la histórica cita que lleva el nombre de Juan Talega, el Ayuntamiento imponía a Pepe Galán y Miguel de Tena, que están tan lejos del espíritu del señor Talega como yo de Honoré de Balzac. O se cambian por derecho y entramos en el siglo XXI de una vez, o les cortamos la cabeza. Pero lo que no se debe hacer es tirar por tierra el trabajo de hombres como Antonio Mairena, Moreno Galván, Pedro Peña, Pedro de Miguel o Manuel Peña Narváez. Me produce amargura que le dediquen este año el Potaje de Utrera a Pitingo y no a María Vargas, la cantaora sanluqueña, en activo todavía y con la voz y la cabeza estupendas. Si no recuerdo mal nunca ha estado en este festival, el primero de todos. ¿A qué juegan en Utrera? Dejé de ir a estos festivales porque dieron muestras hace ya años de por dónde irían. Suelen ir aún muchas personas, porque sigue siendo un placer disfrutar del flamenco al fresquito y con la luz de la luna. Pero hay que ser todavía muy aficionado y tener mucho tiempo libre para estar cuatro o cinco horas en una silla de plástico escuchando a imitadores. Cuando iba al festival de Mairena no me movía de la silla hasta que los Mairena cerraban la noche con una ronda por tonás fragüeras de la Plaza de las Flores. Es verdad que tenía 17 años y que mi vida giraba en torno al pellizco, el duende y el arte natural. Tenía sueños, no sueño. Nunca me cansaba de ver bailar a Matilde Coral y Antonio el Farruco.
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