CON la muerte de Muhammad Ali se rebobina la historia obligadamente. Si se pregunta por los diez mejores deportistas de todos los tiempos, Ali está en esa lista; si se inquiere por el mejor trío de la historia, Ali también figura. Y es que el legendario boxeador fue un suceso en los felices sesenta por su capacidad seductora desde la lona y por su forma de encarar la vida. Se convirtió al islam para apartarse de la senda de quienes aplaudían al Ku Klux Klan y se borró el Cassius Marcellus Clay porque era herencia de sus antepasados esclavos. Era un adonis en el ring y un activista sin dobleces en la calle. Desde la Olimpiada de Roma en el 60 fue ídolo del mundo y cuando un día de diciembre del 82 pasamos juntos la aduana en el aeropuerto de Fráncfort, el alma se me desmoronó viendo cómo el párkinson estaba demoliendo su figura y nublando su mirada. DEP.
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