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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Una mujer vestida de sol

Las vestiduras de sol que estos días luce la Inmaculada del Triunfo en la víspera de su centenario son otoñales

El 8 de diciembre cumplirá un siglo el monumento a la Inmaculada de la Plaza del Triunfo. El espacio fue diseñado por Talavera, el basamento por Espiau y la Inmaculada esculpida por Collaut Valera. No creo que fuera un resultado previsto por los dos arquitectos, pero el hecho es que al situar la Virgen a esa altura y vuelta hacia poniente convirtieron a Collaut en el único escultor cuya obra es vestida por el sol cumpliendo literalmente el pasaje del Apocalipsis que inspiró a Pacheco la iconografía de la Inmaculada: "Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza". La luna la esculpió Collaut, la corona de estrellas se le impone cada noche y el sol la viste cada amanecer y cada atardecer con mantos y sayas distintas que, como en el caso de tantas imágenes sucede, se alternan según las estaciones.

Las vestiduras de sol que estos días luce son otoñales, como la festividad de la Inmaculada aunque a todos nos parezca invernal porque esas hojas del calendario sevillano que son las convocatorias de cultos en las puertas de las iglesias señalan la llegada del invierno cuando aparecen las de los triduos del Rosario de la Macarena y el Amparo y la novena de Todos los Santos. Para cuando se les superpongan las del besamanos de la Amargura y el triduo de la Presentación, aunque aún sea otoño, ya estamos en nuestro íntimo invierno. Y para la Purísima -venta de dulces de convento y a diez días del besamanos de la Esperanza- se empiezan a entreabrir las puertas del Arco de la Macarena para que el 18 de diciembre la Navidad entre en Sevilla al son de los campanilleros de la rueda del coche que a un niño pilló y el rico avariento que los perros achuchó.

Estos días es de verse como el sol viste a la Inmaculada con un manto recién bordado en las primeras horas de la mañana y con una saya oro viejo al caer la tarde. Sólo la Macarena tenía este privilegio cuando, unos años en Laraña y otros en Alcázares, la revestía el sol como si sobre los bordados de Ojeda se extendiera una fina malla de oro fundido poniendo, aunque parezca imposible, más luz en su rostro. La Inmaculada del Triunfo no está revestida, sino enteramente vestida de sol. Y esto es descripción, no invención. Véanla estas mañanas y estos atardeceres cuando pasen las lluvias, y después me dicen.

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