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Esas mujeres

Una mujer me heló las venas con un discurso que me recordó los peores tiempos de mi infancia y de mi patria

Mis compañeras, y por supuesto amigas, de la radio solíamos decir, medio en serio, medio en broma (o sea en serio: es como la verdad que si es a medias no es, mientras que una mentira siempre lo es al completo) que cuando nos gustaba un hombre no fallaba nunca: al conocer a su chica nos gustaba aún más. No llegamos a convertirlo en ciencia exacta, siempre hay alguna excepción, pero el grado de infalibilidad ya lo quisieran los demoscópicos con las encuestas. La receta nos servía sobre todo para corregir la cierta desazón cuando comprobábamos que algún admirado señor prefería estar acompañado de una geisha que de una bruja, o sea, cualquiera de nosotras. En realidad lo contrario resulta, o resultaba, ya más asombroso: que mujeres valiosas y muy listas eligieran mastuerzos por pareja. Como gritaron las feministas norteamericanas de los ochenta: detrás de una gran mujer solía haber… cuatro divorcios como mínimo. Aunque hemos de reconocer que esta sociedad fragmentada, en pleno big bang de cambios, algunos para bien, ya ha roto esos moldes o anda camino de hacerlos trizas.

Estos días desgarrados, de dolorosas y sentidas pérdidas, hemos despedido a una de esas mujeres que cambian el mundo sin quitarse las zapatillas de andar por casa. Aunque parezca inverosímil y recién llegada de su sepelio, la tuve muy presente cuando otra mujer -de la que quisiera olvidar pronto hasta su nombre- me heló las venas con un discurso que me recordó los peores tiempos de mi infancia y de mi patria. He dicho patria. Que el franquismo no fuera exactamente fascista no le eximió de comportarse como tal. No hay nada como buscar un buen chivo expiatorio para justificar el odio y la violencia, no hay nada como victimizarse para ejercer de verdugo sin complejos. Qué fácil es ser malo y qué errados cuando asimilamos la maldad a la inteligencia.

Inteligente la madre de mi amigo a la que hemos despedido esta semana. Ella y toda una generación de mujeres. Inteligentes, insustituibles, necesarias como el agua o el aire, sólidas como rocas, discretas y humildes como la buena tierra. Qué colosal deuda como país tenemos con esas mujeres de infancias duras, escasas de todo, incluidos afectos, educación, vanidades. Negadas de instrucción y sin embargo arquitectas e ingenieras de prosperidad, de lujos amasados y cosidos a mano, de libros forrados, de tardes de domingo, de besos para el mañana, de inquebrantable apoyo al futuro, ese hijo más suyo que de nadie.¿ Víctimas quienes temen perder privilegios? La madre de mi amigo no hablaba de política. Decía que no sabía. Pero ella y tantas como ellA han construido lo mejor de este país, lo mejor de lo que somos, lo mejor que a nosotros, hijos del desarrollo, el bienestar, los derechos, nos toca defender. Hacer honor, esa palabra, a su memoria.

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