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El poeta se dirige a Dios. Lo impreca: "¡Señor!, le dice. La guerra es mala y bárbara; la guerra,/ odiada por las madres, las almas entigrece;/mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra?/ ¿Quién segará la espiga que junio amarillece?" Antonio Machado vivía entonces en Baeza, en cuyo instituto enseñaba francés. El poema está fechado el 10 de noviembre de 1914. Lo tituló España en paz. Habla del espanto de la primera gran guerra europea, convertida en mundial finalmente. No he olvidado el verso definitivo que contiene, que habla del odio de las madres a la guerra que entigrece ¡las almas! Viendo a un grupo de madres rusas en algún remoto lugar del inmenso territorio dominado por Putin, desesperadas por la guerra que se lleva a sus hijos, los que siembran los campos y recogen las espigas, recordé al gran Antonio Machado. He visto a mujeres así, la primera vez en El Cairo. Allí tuve una visión: sin las mujeres este mundo no tiene remedio. Y pensaba en el mundo musulmán. Lo ocurrido en Afganistán, y en Irán, más lo de muchas ciudades y aldeas rusas, me lo confirma. No se trata sólo del universo musulmán, ¡es el mundo global! Son las mismas mujeres en rebeldía por un velo obligatorio sobre la cabeza, son las madres que se oponen a que se lleven a sus hijos a los frentes de una batalla inmoral e injusta porque, es su grito, "Ucrania no nos ha atacado ni nos ha invadido". Hace más de un siglo el gran poeta sevillano lo vio en alguna foto de un periódico, la devastación de aquella guerra, llamada de trincheras, en donde murieron millones de soldados que anteS habían estado arando los campos y recogiendo las espigas doradas por el sol de junio. El poeta/profeta escribió también: "La guerra pone un soplo de hielo en los hogares, / y el hambre en los caminos, y el llanto en las mujeres". Es la presencia constante de las mujeres en el poema, en su espíritu, lo que nunca olvidé de este poema ni de este poeta, lo digo de nuevo, maravilloso. Por ello, en el hondón de la tragedia que hoy se vive a ambos lados de una frontera, la de los agresores y de los agredidos, las mismas mujeres claman por la justicia, que son sus hijos llamados a matar o ser muertos. La repugnancia preside un gobierno criminal junto a cómplices infames, como algunos grandes líderes religiosos sometidos gustosos al poder, que es boato, pompa y beneficio. El murmullo de las madres rusas, el grito de las mujeres afganas o iranias es lo mismo, es que no hay otra salida.

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