HUXLEY. Un tanto ajeno a celebraciones y conmemoraciones mucho más ruidosas, se acaban de cumplir los ochenta años de la publicación en español del rupturista libro de Aldous Huxley Un mundo feliz (1935), que vio la luz en inglés por primera vez en 1932, antes de que Hitler llegara al poder, y antes también de que deflagraran la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial. Casualmente, y por una de esas sincronías que con frecuencia nos ocurren, hace pocas semanas que decidí releer de nuevo esa pequeña obra maestra ignorante de la fecha en la que estábamos (me la recordó el artículo de Ignacio Ramonet "Cómo nos manipulan", en Le Monde Diplomatique en español, en el número de julio). El mundo feliz de Huxley se puede calificar sobre todo, aunque no solamente, de anticipatorio, de una sociedad mecanizada y banal, que el autor sitúa en algún momento del futuro pero, en todo caso, alrededor del año 600 de la Era Fordiana, en alusión al creador del trabajo en cadenas de montajes que terminó de convertir al hombre en una máquina más. Cierto que cuando se publicó el libro ni existía internet (esa revolución cultural a la altura de la escritura y la imprenta, para lo bueno o lo malo), ni siquiera se había inventado la televisión, pero, como indica Ramonet en su artículo, "si alguien superando estas reticencias, se vuelve a sumergir en las páginas de esa novela se quedará estupefacto por su sorprendente actualidad". Doy fe de ello.

Obra premonitoria. Quizá ese carácter anticipatorio de la obra únicamente falla al situar en un futuro bastante lejano, alrededor del 2.600 de nuestra era, hechos, conductas, que solamente han tardado en materializarse un cuarto de siglo. Por lo demás, el resto, es francamente sorprendente. Huxley, en su obra, presenta una sociedad completamente deshumanizada, obsesionada por la felicidad indolora e inmediata que se encuentra, en todo caso, al alcance de una píldora milagrosa llamada "soma", además de por el consumo y el sexo. Por otro lado, los sentimientos, la práctica totalidad de ellos, han desaparecido y se consideran como algo perteneciente a etapas remotas de la evolución. No existe el vínculo amoroso de la pareja ni, tampoco, el paterno filial. La reproducción se realiza mediante un complejo entramado de ingeniería genética y fecundación artificial que permite preseleccionar -en función de las necesidades productivas y eugenésicas del grupo- individuos previamente programados, desde los sofisticados alphas a los casi esclavos manuales epsilons. No estamos tan lejos, con la panoplia de posibilidades de concepción y anticoncepción que se nos brinda en cualquier establecimiento sanitario, con los cada vez mayores condicionantes socioeconómicos, de asistir, como en ese mundo feliz, al nacimiento de seres humanos en cohortes idénticas en función de dónde y con qué finalidad vean la luz. La permeabilidad entre clases, esa quimera de la posguerra, nunca ha sido tan remota como ahora.

Hipnopedia. Contemplamos una sociedad teledirigida mediante mecanismos que pasan desapercibidos en la mayoría de los casos; un grupo humano que -creyéndose libre para escoger, ésta es la cuestión esencial- decide aquello que ya previamente han decidido por ellos los que tocan el tambor: bien sea en materia de consumo, de utilización del tiempo libre o, más grave, de política, con contadas excepciones. Así describe Huxley la sociedad fordiana que él dibuja en su relato. El medio infalible para ese adoctrinamiento invisible es la llamada hipnopedia, mantras repetidos ad nauseam en los estados de sueño o vigilia, que se introducen en nuestro subconsciente de forma maquinal, y que nos empujan a actuar de manera predecible. ¿No nos recuerda esa descripción a nosotros, los humanos del siglo XXI? Huxley, en un mundo en el que los niños eran criados con fuertes descargas eléctricas asociadas a los libros y a las flores para que abominaran aquéllos y éstas, no podía imaginar en 1932 lo cerca que nos encontraríamos unas décadas más tarde de los imaginarios habitantes de ese mundo feliz. Uno de los protagonistas indica: "Las prímulas y los paisajes tiene un grave defecto: son gratuitos. El amor a la Naturaleza no da quehacer a las fábricas". La manipulación hoy día -que en opinión de bastantes sociólogos ha alcanzado cotas preocupantes e irreversibles- se realiza fundamentalmente a través de una publicidad cada vez más intensa y subliminal: la televisión, los canales comerciales gratuitos, aquellos a los que las masas pueden acceder, se han convertido en meros programas de anuncios con algunos cortes intercalados de concursos basura. Es la hipnopedia actual, la manipulación perfecta, porque además nos hacer creer lo que no somos. ¿Existe aún la libertad en un mundo machaconamente dominado por los estímulos audiovisuales? Huxley adelantó la respuesta.

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