FERIA Toros en Sevilla hoy | Manuel Jesús 'El Cid', Daniel Luque y Emilio de Justo en la Maestranza

Cada vez que paso por San Jacinto me acuerdo de Alfonso Sánchez y Alberto López y su peli El mundo es nuestro, tan delirante, tan sencilla y tan eficaz como esos apellidos vascos, ocho, que tan rentables resultaron. Aunque el mundo, se siente Compadres, nuestro, nuestro no parece sino más bien hijo único de un padre desconocido pero tela de pudiente. Una receta infalible para romper los maniqueísmos e idealizaciones sobre cualquier país al que hayamos elegido como modelo es acercase a su política internacional. Muy pocos pasan la prueba. Ni siquiera en plena guerra fría, cuando la hegemonía política de bloques lo dominaba todo, había una total coherencia "arbitraria". Tampoco los países No Alineados, una suerte de tercera vía de la que apenas sobreviven Nueva Zelanda y Canadá, dejaban de tener agujeros negros, incoherencias programáticas (que algunos llaman disonancias) que resultaban tela de coherentes si se buscaban los números, la cuenta de resultados, las inversiones fuera del suelo patrio. Las muy ejemplares socialdemocracias nórdicas también tuvieron sus lunares -en forma de fábricas allende sus fronteras donde el derecho laboral no entraba- validando el viejo refrán: ojos que no ven, democracia que no siente.

Hablando de películas, hay una de 2005, protagonizada por Nicolas Cage y aparentemente del género de aventuras o incluso juvenil que retrata con la hondura de un New Yorker (cada una tenemos nuestro Shangri-La en forma de país o de publicaciones) la trastienda del negocio de las armas, especialmente aquellas quedaron en tierra de nadie tras la caída de la todopoderosa URSS. El señor de la guerra arranca con un casi plano secuencia que sigue la vida de una bala desde que es producida hasta que termina en la frente de un niño africano. Fue financiada por varios países y tuvo, a mi juicio, peor suerte de la merecida no tanto en la taquilla como en el valor que como testimonio crudo y duro merece. Un pase de esta peli y otro de Promesas del Este en los bachilleratos y la chavalería habrá tenido una lección de historia contemporánea sin paños calientes y sin tratarlos como si fueran tontos. Eso -y tratar a la lengua como herramienta de comprensión, entendimiento o creación y no como cadáver en manos de forenses- y habríamos conseguido cumplir con el fin primero de la educación. Pongo un ejemplo retomando el asunto de las relaciones internacionales: en plena crisis de frontera con Marruecos, hace menos de un mes, oí una frase digna de comentario de texto (con permiso de Moliní y sus examinandos de Selectividad). "Hay que acompasar el Derecho internacional con el Derecho humanitario". Acabáramos. O sea, que no son lo mismo. Será jerga jurídica, supongo, pero o no se explica o se explica pavorosamente claro. Susto o muerte, como si dijéramos.

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