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El mundo posglobal

No sé si será primero el huevo o la gallina, pero nos esperan numerosas publicaciones sobre el fenómeno neorrural

Como ha pasado a lo largo de la historia, al ser humano le llega el momento de estar harto de estar harto. Con tanto hablar del mundo global, de la necesidad de estar conectado permanentemente al resto del planeta y de interesarse por el mundo más lejano dando por obsoleto todo lo cercano, resulta que son muchos a los que esta situación les causa insatisfacción y les hace añorar cosas tan simples como un plato de cocido o una animada sobremesa alrededor de una mesa camilla. Cosas banales que no parecen estar al alcance de cualquiera.

Una de las consecuencias resultantes es el denominado fenómeno neorrural. La frustración que sienten muchos de los que abandonaron los pueblos para irse a la ciudad y sobre todo la imagen sesgada que sus hijos han recibido al oír hablar del campo de forma idílica sin haber conocido su crudeza, son las bases de la idea, aún más idílica, de la vuelta al campo, del regreso al lugar de las raíces familiares. La industria editorial ha visto el filón y lo explotará. No sé si será primero el huevo o la gallina, pero nos esperan numerosas publicaciones en este sentido. Tras el éxito de La España vacía, acabo de leer una obra sobre la denominada Laponia española, Los últimos, y estoy convencido de que seguirán algunos más. En el fondo de todo ello la insatisfacción que muchos sienten de la vida que llevan en la ciudad y del tipo de trabajo que tienen o las condiciones en las que lo desempeñan, suponiendo que lo tengan.

Los que realmente padecieron las inclemencias del medio rural, la dureza del trabajo en el campo y las malas condiciones de vida, añoran el pasado por pura condición humana. Gustan de rememorar, pero no volverían a él. El domingo, sin ir más lejos, se conmemoró en muchos pueblos la Fiesta de las Águedas. En Sevilla, la Casa de Castilla y León hizo una celebración en la que las comidas tradicionales estuvieron acompañadas de la gaita sanabresa. Al final no somos más que recuerdos. Tras un tiempo embaucados en el trabajo y la rutina echamos de menos el paraíso perdido. Se jactan los defensores de la globalización que el aleteo de una mariposa en una aldea perdida puede provocar un huracán en Nueva York. En cambio, no es posible lo contrario. Lo que dice un amigo mío que vive en un pueblo de cuarenta habitantes en Zamora: "Nosotros no hemos notado la crisis; siempre vamos al mismo ritmo".

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