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hoja de ruta

Ignacio Martínez

El nacionalismo es la guerra

MARCELINO Iglesias ha entrado en la campaña electoral catalana con los pies por delante, si me permiten la expresión futbolística. Para reventar el aire europeísta del nacionalismo catalán ha dicho en un mitin que el nacionalismo causó 100 millones de muertos a causa de los enfrentamientos entre Alemania y Francia. Si se refiere a la II Guerra Mundial, los estudiosos sitúan la cifra en 36,5 millones de muertos. Contando todos los conflictos bélicos del continente en el siglo XX es improbable que se llegue a los cien millones, pero está claro que la voluntad de ex presidente de Aragón no era la erudición, sino la provocación. Y lo ha conseguido. Para empezar en sus propias filas. Varios dirigentes del PSC han hecho pública su contrariedad y añadido que si el nacionalismo causó millones de muertos, el socialismo también.

Lo cierto es que Iglesias no ha sido original. En el arranque de una presidencia francesa del Consejo de la Unión Europea, el 17 de enero de 1995, François Mitterrand se dirigió al pleno del Parlamento Europeo en un discurso histórico. Primero por la puesta en escena: habló una hora de pie en el estrado, sin papeles, un hombre de 79 años con un cáncer avanzado, que lo acabaría llevando a la tumba sólo un año después. Y en aquel discurso el presidente francés dijo muchas cosas trascendentes, pero el titular al día siguiente fue "el nacionalismo es la guerra". Explicó que los países europeos se habían dedicado tradicionalmente a pelear unos con otros. Francia había tenido guerras con los otros catorce socios de la UE en aquel momento, menos con Dinamarca.

El viejo Mitterrand reclamó allí superar los prejuicios del pasado con mentalidad europeísta. "Lo que les pido es acaso imposible, pues nos obliga a superar nuestra historia, sin embargo, si no la superamos, se impondrá una regla: ¡El nacionalismo es la guerra! La guerra no es sólo el pasado, puede ser nuestro futuro".

Iglesias es de Franja de Ponent, la zona limítrofe entre Cataluña y Aragón, y habla un fluido catalán. No quiere que haya una frontera entre Lérida y Fraga. Y tampoco que se pierda el catalán. Un servidor añade que el catalán, como el euskera y el gallego forman parte del acervo español, como el castellano. De hecho, en el famoso discurso de Mitterrand hubo una alusión al mantenimiento de las lenguas minoritarias. Mencionó al gaélico y el neerlandés. Podría haberlo hecho con el catalán. El europeísmo del presidente francés defendía la diversidad. Entendía que en el mundo moderno únicamente la cultura inglesa y americana, y la cultura española, estaban en condiciones de afrontar los retos de la globalización, pero recalcó que prefería hablar en su idioma y no en inglés o español. Hay para todos, como se ve.

La conclusión es que la cuestión catalana merece mucha prudencia.

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