La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
El que quizás sea el mayor desastre natural que hayamos sufrido nos sitúa frente a dos realidades. La naturaleza como enemiga contra la que el ser humano lucha desde el comienzo de su historia como ser pensante en todos sus frentes, desde las catástrofes naturales a las enfermedades. Y el ser humano como agente desestabilizador de la naturaleza dando, por así decir, armas a su enemigo. Al igual que hay comportamientos humanos individuales que facilitan el camino a las enfermedades, hay comportamientos colectivos que facilitan o provocan catástrofes naturales.
Ha dicho Ursula von der Leyen: “En solamente unos meses las inundaciones han golpeado a Europa central y del este, Italia y ahora España. Esta es la realidad dramática del cambio climático, y tenemos que prepararnos para lidiar con ella con todos los instrumentos”. Cierto. Pero antes de que la acción humana provocara o agravara el cambio climático la naturaleza provocaba catástrofes. La caída de un asteroide o una gran actividad volcánica causó un efecto invernadero que se tradujo en una masiva extinción de formas de vida –los dinosaurios entre ellas– unos 60 millones de años antes de que aparecieran los primeros homínidos.
La acción del ser humano, sobre todo tras la revolución industrial, es responsable de la multiplicación y gravedad de algunas catástrofes naturales. Pero la mayoría de estas son independientes de sus actos. Ni los pompeyanos ni los lisboetas, sino un volcán y un terremoto sin que ninguna acción humana dañina interviniera, fueron responsables de la destrucción de sus ciudades.
Oigo a un ecologista hablar, tras la tragedia de Valencia, de las catástrofes naturales como una venganza de la naturaleza ante las agresiones humanas. Incurría en lo que la historiadora de la ciencia Lorraine Daston llama en su reciente Contra la naturaleza (Herder, 2020) “la falacia naturalista”, por la que los seres humanos antropomorfizamos la naturaleza como referente y fuente de normas para nuestra conducta. Pone como ejemplo que “las avalanchas recientes en los Alpes suizos o los huracanes en Estados Unidos provocaron titulares periodísticos que hablaban de la venganza de la naturaleza”. Un disparate muy extendido. La naturaleza no se venga, imbécil, le diría a ese ecologista radical. La acción humana puede provocar o agravar catástrofes naturales, pero estas existen con independencia de los errores que cometamos.
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