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LA carta de Felipe González a los catalanes ha irrumpido con fuerza natural en el debate soberanista a escasos días de que comience la campaña del 27 de septiembre. El desafío independentista de los otrora nacionalistas moderados y de los republicanos necesita de la participación de personalidades que se ganaron en su día el calificativo de hombres de Estado. González aún está muy considerado en Cataluña y es necesario que, desde fuera de la comunidad, se anime a quienes permanecen callados, porque es cierto que la espiral de silencio impuesta por los nacionalistas ha acabado por reducir a una mínima expresión a quienes se atreven a contestar las tesis del presidente Mas. En el referéndum de Escocia, la participación del ex primer ministro Gordon Brown fue decisiva para la victoria de quienes querían seguir en el Reino Unido. A diferencia de Brown, que es escocés, Felipe González no es catalán, pero su popularidad en esta comunidad se mantuvo en las cotas más altas cuando ya caía en el resto del país. Es ahora necesario que los dirigentes políticos hablen con claridad; en este contexto, no valen ni las ambigüedades ni la relativización. Albert Rivera, el líder de Ciudadanos -el partido que mejor ha expresado, junto al PP catalán, el rechazo a la deriva soberanista-, permanecerá en Cataluña toda la campaña, se trata de una meta volante para quien semanas después competirá por la Presidencia del Gobierno. El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, va a estar una semana íntegra en la comunidad, y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha anunciado que, al menos, viajará en cinco ocasiones a este territorio. El argumento fuerte de la campaña de los constitucionalistas ya está definido: una Cataluña independiente estaría fuera de la Unión Europea y de la zona euro, no obtendría el reconocimiento de ningún gran Estado y varias generaciones de catalanes estarían condenadas a un purgatorio económico por parte de quienes le prometieron el soberanismo. La estrategia de Artur Mas ha sido la de involucrar la suerte de todo un país en la suya propia. ¿Qué haría el líder de Convergència sin el colchón que le ofrece ERC y organizaciones políticas y culturales como Omnium o la Asamblea Catalana? Nada, ir hacia la derrota, vencido por ERC, el monstruo que él mismo alimentó; tan débil es su posición al frente de un partido acosado por los casos de corrupción que ha aceptado ser el cuarto en la lista. Sería conveniente que, a medida que la campaña avance, el mundo empresarial catalán, con importantes vínculos en el resto del país, también haga públicos cuáles son sus miedos si Cataluña se queda encerrada en sí misma.

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