La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El neocateto y otros tipos de ciudadanos

Se critica el miarmismo, no se valora el hermanismo y está en auge el neocateto de alta titulación

Se habla hasta el hartazgo del miarmismo para señalar de forma despectiva una forma de ser sevillano. En unos casos hay mucha razón en quien sostiene la acusación, pero en otros el avieso denunciante lo que denota es un complejazo del tamaño del badajo de la campana de San Cristóbal, que está en la Giralda. Hay otro movimiento al alza y poco identificado que es el hermanismo, por el que los amigos no son tales, sino que adquieren directamente una relación de consanguinidad en un discurso tan reiterativo como trufado de la ojana, un fenómeno que tiene su especial caldo de cultivo en los ámbitos marcados fuertemente por la religiosidad popular. Unos a otros se llaman hermanos con una facilidad pasmosa, se rompen la camisa por defender al hermano, dan su vida, su corazón y sus entrañas por ese amigo que no es amigo, que es... hermano. Aguantamos la barrila del hermanismo con paciencia de conductor que circula tras un camión de Lipasam por una calle estrecha. Pero resulta mucho más épico soportar al neocateto con alto título académico que mecha su discurso con extranjerismos, barbarismos y otros ismos. Esta tipología de neocateto tutea a todo bicho viviente, pero después siente cierto escozor cuando se le aplica el mismo tratamiento. El neocateto en el fondo es como los curas tuteadores que exigen después ser tratados de usted. El neocateto te somete a una condena durante cualquier intervención pública, almuerzo o cena, como es la de soportar sus relatos viajeros, exentos por supuesto de la brillantez de los románticos que visitaron Sevilla en el XIX, o sus estancias en ciudades de remarcada pronunciación. A mí me encanta cuando hablan en inglés, porque así supero el trauma de haber ido poco al circo de pequeño. Peor aún es cuando el neocateto siente la necesidad de soltarte directamente -sin la piedad de alguna sutileza- que algunos de sus vástagos estudia en Irlanda o Estados Unidos. Es muy usual el empleo de la expresión "lo he enviado a Irlanda". ¡Que se note quién manda y quién paga! Porque el neocateto, que presume de liberal y hasta de socialdemócrata, se jacta de dirigir la vida de sus descendientes con pulso firme. Sevilla, cómo no, es una ciudad terrible para el neocateto, lastrada por esos marcianos que son los cofrades que bajan de la nave a tomar la ciudad cada cuaresma. Pero el neocateto, también en el fondo, se pirra por ser testigo de la bajada de una Virgen de honda devoción, le encanta que le inviten a una mesa redonda sobre ciencia y cofradías, cultura y fe o sobre la enriquecedora visión de un laico. El neocateto habla siempre en primera persona. Es un rancio que necesita el elogio. Sea caritativo, escúchelo.

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