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Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Los niños y el cormorán

ME pregunto si el espeso silencio con que se desarrolla la guerra indiscriminada de Israel contra los palestinos de Gaza habría sido menos tupido en un periodo anterior al debilitamiento económico mundial. Quizá estemos ante la primera acción de guerra que aprovecha la irresolución, el miedo y la incertidumbre para desencadenar sus ambiciones geoestratégicas con casi completa impunidad. Sospecho que en otras circunstancias menos medrosas la comunidad internacional habría sido más decidida. Israel ha escogido muy bien el momento para asaltar Gaza "a sangre y fuego". Ni la invasión en sí ni la espeluznante colección de fotografías de niños muertos o malheridos suplicando paz desde una camilla de hospital (o arrastrándose implorantes por el suelo sucio de los inmuebles bombardeados) que ocupan a diario las portadas de los principales periódicos han suscitado la consecuente reacción de algún país o las advertencias humanitarias de las asambleas de las organizaciones internacionales. Nada.

Lo que en otros tiempos pudo un cormorán manchado de fuel no lo consiguen hoy decenas de niños desangrados. Es como si la debilidad económica supusiera también una laxitud moral. Son tiempos propicios más para proteger a cualquier precio los intereses propios que para atender las súplicas ajenas. Y además no hay dinero. Se sospecha cuáles serán los efectos financieros de la crisis mundial, pero ¿y los éticos? De momento, se ha perdido la capacidad de reacción frente a las imágenes de los niños desmembrados.

Tampoco es mala la coincidencia de la invasión de Gaza con el periodo de transición en la presidencia de Estados Unidos. Ese periodo intermedio, casi neutro, en que el presidente saliente, con la lengua definitivamente absuelta, puede repetir el discurso previsto sin atender siquiera los matices diplomáticos, y en el que el nuevo aún se aferra a su autoridad no refrendada para abrazar el silencio. Cuando llegue Obama a la presidencia será tarde: tarde para mediar y tarde para el reproche. Y de esta forma sibilina Obama habrá superado la principal incógnita sobre las concesiones al lobby judío. Es decir, se habrá resuelto en buena medida la duda que le acompañó desde los comienzos de la campaña: ¿Apoya Obama ante el poder económico judío que Jerusalén sea la capital indivisible de Israel? ¿A qué precio?

Y luego, para facilitar aún más la impunidad de la guerra indiscriminada, el juego de intereses entre los países de Oriente Próximo, los prooccidentales y los que no lo son, ha tejido una red inextricable y paralizante que impide diferenciar a Hamas de los palestinos, a los terroristas de los inocentes.

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