¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La no-ciudad

El asiento y el agua están privatizados en las calles de Sevilla. Incluso algunos piden su definitiva supresión

En la barbería del maestro Paco, en Santa María la Blanca, solían parar aquellos amigos de la casa que iban al centro a hacer un mandado. Llegaban resoplando y sudorosos, víctimas del largo verano sevillano, y se sentaban un rato para recuperar fuerzas antes del asalto final. Los visitantes, como pago, daban algo de charla a la concurrencia o le contaban al maestro novedades de antiguas gentes del barrio y sus descendencias: bautizos, entierros, bodas, divorcios, enfermedades, premios de la lotería… Alguno incluso pedía un vaso de agua con la inevitable excusa de estar "sequito". Don Paco siempre contestaba con monosílabos, concentrado como un monje budista en perfilar una patilla o en desmelenar a algún adolescente. Era evidente que los "gorrones" de las sillas y el líquido elemento buscaban algo de tertulia insustancial con la que amenizar la mañana, pero también que se refugiaban allí ante la ausencia de bancos y fuentes públicas, una de las históricas carencias de la ciudad. Don Paco, tras su máscara de hieratismo, los acogía a todos con hospitalidad de tuareg.

Ahora que se lleva tanto defender lo público, no comprendemos como apenas se denuncia algo que resulta evidente: el asiento y el agua están privatizados en las calles de Sevilla. Incluso vemos cómo algunos vecinos piden su definitiva supresión para acabar con las botellonas en sus barrios, que es algo así como talar un bosque para evitar que se escondan los bandidos; una política de tierra quemada que convierte el espacio público en un mero lugar de tránsito, en un desierto no apto para el encuentro desinteresado y gratuito. Un barrio cuyas plazas y calles no albergan niños berreando, jubilados perorando o adolescentes enamorando corre el riesgo de transformarse en una de esas urbanizaciones en las que las relaciones siempre se desarrollan en las zonas privadas y cuyas rúas nunca albergan bancos o fuentes. La no-ciudad. Adiós a la herencia de Atenas.

Por dejadez, pereza o afán recaudatorio, los diferentes ayuntamientos nunca han dotado a nuestras calles de suficientes bancos y fuentes que las hagan más amigables al sufrido caminante o al melancólico cuidador de pájaros, que cada vez más deben recurrir a los veladores para tomar resuello o aliviar la ardiente sed en los días tórridos. Si se compara con otras ciudades europeas, la carencia clama al cielo. En Roma, incluso en los días más duros de calor, se puede pasear toda la tarde gracias al invento del sombrero y a una nutrida red de fontanas que suministran un agua fresca que saciaría al mismísimo Tántalo. Sin embargo, en Sevilla, tenemos que mendigar agua o pagarla a precio de palo cortado, como si estuviésemos perdidos en el Gobi o en Tabernas.

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