la tribuna

Adela Muñoz Páez

En nombre de Sahar

Acomienzos de año los periódicos de Europa y Estados Unidos se hacían eco de una noticia estremecedora: Sahar Gul, una chica afgana de 15 años, había sido torturada por la familia de su marido por negarse a prostituirse (Diario de Sevilla, 4 de enero de 2012). Los policías afganos que la encontraron, que deben haber visto todo tipo de atrocidades, quedaron impresionados por el lamentable estado de la niña.

La conmoción fue tal que el presidente Karzai se vio obligado a hacer declaraciones condenado los hechos y asegurando que se iba a perseguir a los culpables. Se detuvo a la suegra y a la cuñada, poco después al suegro y se dictó una orden de busca y captura contra el marido, que, como es habitual en estos casos, le doblaba la edad. También se dijo que iban a trasladarla a un hospital de la India para que recibiera un tratamiento apropiado que permitiera su recuperación.

Lo truculento del caso -a la chica le habían arrancado algunas uñas y tenía quemaduras por todo el cuerpo- atrajo el interés de los lectores occidentales, que inundaron de comentarios las redes sociales y los blogs de los periódicos. En algunos de estos comentarios se leía lo que se nos venía a la cabeza al ver la cara tumefacta y el gesto perdido de la niña: ofrecerle asilo, gesto bienintencionado aunque poco realista. En otros aprovechaban para cargar contra el partido que gobernaba en España hasta hace poco, especialmente contra algunas de sus ministras, y en una gran mayoría para pedir la retirada de las tropas del país.

No obstante, una vez que han pasado los días, el sentimiento que prevalece es el de "allá se las apañen ellos". Poco después de que apareciera la noticia llegaron los Reyes Magos cargados de regalos como siempre, a pesar de la gran crisis, y las preocupaciones de los españoles se desviaron hacia cómo encarar la cuesta de enero, que este año se antojaba mucho más empinada que los anteriores por las severos ajustes de presupuesto que anunció el Gobierno en los mismos días en los que la historia de Sahar se hizo pública. Y pensándolo fríamente es difícil imaginar qué podemos hacer. Afganistán está muy lejos, no tenemos influencia en su sociedad, en su Gobierno, en sus leyes…..

Pero ¿es cierto que no hay nada que podamos hacer? Si pensamos, como algunos dicen en los blogs, que viven en el paleolítico, que son como animales, desde luego que no. Los hechos parecen dar la razón a los que opinan así, porque si leemos artículos más antiguos sobre este tema, vemos que el de Sahar no es un caso aislado, que son muchas las niñas en situaciones tan lamentables como la suya. Pero también podemos ver que hasta hace no mucho en casos parecidos las chicas eran las que tenían que huir. Así pues, perseguir al criminal siendo éste el marido y por tanto dueño de la vida de la esposa, es una actuación sin precedentes. Aunque está por ver que los culpables sean condenados y que la víctima se recupere, el hecho de que el presidente del país haya condenado públicamente un acto que en la tradición afgana se considera de ámbito doméstico no es producto de la casualidad ni de la inspiración de Alá.

Es consecuencia directa de que la noticia ha llegado hasta Occidente y Karzai teme ver su prestigio erosionado, porque su gobierno y su país dependen de los fondos que aportamos nosotros. Así es que sí podemos hacer algo; para empezar podemos leer esa noticia para demandar que siga habiendo periodistas que nos cuenten lo que pasa allí. También podemos hacer algo más. Hay organizaciones de mujeres afganas -que no son como animales, que no viven en el paleolítico- a las que podemos ayudar. Ellas son las que se encargan de cuidar de Sahar y vigilar que su familia política no le haga más daño ahora que no está en el objetivo de los medios y el viaje a la India ha sido suspendido a divinis.

¿Por qué ayudar a Sahar? Porque si conseguimos imaginarla sin la cara tumefacta, veremos que es muy parecida a las chicas que en nuestras ciudades invadieron las fiestas de Nochevieja montadas en unos tacones inverosímiles poco después de la medianoche, tras haber tomado las uvas en familia. Si la imaginamos así quizás entendamos que nuestro mayor mérito para no tener que criar a nuestras hijas en ese infierno es haber nacido en la mitad afortunada del planeta, por mucho que ahora esté en crisis.

Con nuestro lugar de nacimiento nos tocó una lotería mucho mayor que el Gordo de Navidad y el Niño juntos. No es mucho pedir que la compartamos con gente como Sahar y le dediquemos un poco de tiempo para que historias como la suya sean pronto cosa del pasado.

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