La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Su nombre me basta

Este año, después de tanto tiempo, volveré a vivir un 21 de noviembre sin besamanos de la Amargura

Amargura. Me basta decir su nombre para verla y para que renazca intacto un mundo, su mundo, mi mundo y el de cuantos vivieron en esa Sevilla dentro de Sevilla que tenía sus fronteras perfectamente marcadas: de norte a sur, de Puente y Pellón a San Juan de la Palma y la estrechez de Feria; de este a oeste, de la plaza de Argüelles a Orfila. Un mundo que era todo de la Amargura y, para que fuera perfecto, atravesaba la Macarena una mañana al año como un destello de luz verde y oro dejando allí el macareno retén del mercado en el que reinaba la Esperanza en los azulejos y fotografías de los puestos que regentaban las dinastías de los Ceniza, Torres, Jiménez Moles, García o la saga de Angelito -pájaro, Sentencia y plumas blancas- aún reinante en sus puestos de pescado. La Esperanza atravesando las tierras de la Amargura: no cabe símbolo más potente de la vida que, como la calle Feria de San Juan de la Palma a los Altos Colegios, se tensa entre el dolor más enloquecedor y la más loca alegría de las dos únicas Vírgenes de Sevilla que tienen sus advocaciones esculpidas en sus rostros.

Su nombre me basta. Amargura: ángeles de plata arrodillados, "Qué angustiada, vacilante y llorosa camina" escrito en una corona y "Electa ut sol", "Pulchra ut luna", "Amore langueo" y "Amare flebo" bordado en un techo de palio; Juan bautizando a su primo Jesús en un faldón; túnicas blancas por Gerona, Regina, Feria, Sor Ángela, Jerónimo Hernández, camino de San Juan de la Palma; toda la tristeza de los despreciados del mundo y toda la amargura de los más cruelmente heridos por la vida saliendo bajo el "Non surrexit inter natos mulierum maior Ioanne Baptista". Amargura: un organillo tocando sevillanas corraleras en la esquina de Los Lobitos, pregones de vendedores ambulantes, ecos de coplas sonando por las ventanas abiertas que dan a patinillos interiores, olor a mercado, calentitos, aguardiente, especias, anea, alhucema e incienso.

En mis 68 años sólo he faltado a su besamos los diez que viví en Tánger. Pero ella no me faltaba. Estaba en mi cabecera en la fotografía de 1954 que aún conservo y veo mientras escribo; y en el disco con portada de Penagos en el que la banda de la Cruz Roja de Madrid interpretaba Amarguras. Este año, después de tanto tiempo, volveré a vivir un 21 de noviembre sin besamanos de la Amargura. Pero ella estará conmigo como entonces estuvo. Como siempre está. Porque allí donde nacimos...

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