Sin nostalgias

Hoy, como siempre, quiero elogiar las ciudades como lugar para vivir

No me gusta la nostalgia, aunque a veces sin darnos cuenta se cuela en forma de añoranza de la infancia, recuerdos de personas queridas y evocaciones que casi siempre asociamos a buenos momentos, como aquellas ciudades o pueblos que quedaron asociados a las vacaciones escolares. Quién no ha evocado los infinitos veranos de playa e iniciación adolescente. Un leve aroma a nostalgia no está mal en nuestras vidas, pero sin exagerar. Soy de los que opinan que las raíces fuertes y profundas nos alimentan, pero a la vez nos inmovilizan. No somos árboles, podemos movernos y cambiar, de hecho, no paramos de hacerlo. Paracelso, el conocido alquimista ya nos advirtió: Nada y todo es veneno depende de la dosis. En pocos días pasamos de las mesas de Nochebuena, que evoca a los ausentes, a la celebración de la Nochevieja, que anuncia lo que está por venir, y de ahí corriendo a la Cabalgata de Reyes, celebración de padres jóvenes y abuelos que aún pueden coger a los nietos en brazos. Y hacemos lo que podemos por estar a la altura de las circunstancias.

¿Cómo es posible mantener el apego por las costumbres sin mirar atrás? Con un tarro de aceitunas nuevas aliñadas que procuramos tener en casa en estos días. Sabores evocadores de nuestra cultura, aceitunas entreveradas, sajadas y endulzadas, con ajo, tomillo, orégano, sal, laurel, pimiento, limón, naranja amarga y agua en un cacharro de barro. Son nuestros orígenes y también nuestro presente. Ese presente continuo del que hablan las lenguas anglosajonas, lo que estoy haciendo ahora, y a la vez sentir el efecto de la magdalena de Proust con el amargor y reciedumbre de nuestra tierra. Pero todo eso es mucho más difícil hacerlo colectivamente, pero quizás sea el secreto de las grandes fiestas de las ciudades, en nuestro caso la Semana Santa y la Feria, aparentemente iguales y siempre diferentes, que nos permiten unir evocación y el disfrute del momento presente.

En pocas palabras, intentar ser fiel a nuestro tiempo y coherente con nuestra historia. Saber que formamos parte de una sociedad muy concreta, la Sevilla del primer tercio del siglo veintiuno, con el dinamismo que los tiempos requieren y mantener el arraigo a una ciudad y una forma de vida, que permite saludar a las personas que se cruzan por la calle, antiguos y nuevos conocidos. Poder unir la sencillez de un tiempo pasado, de la vida de barrio, con la vida en una gran ciudad, llena de oportunidades de todo tipo. Hoy como siempre, quiero elogiar las ciudades como lugar para vivir, para el encuentro y el disfrute, para las actividades económicas, y para conseguir igualdad de accesos a los servicios públicos; eliminar la desigualdad, pobreza y marginalidad; mejorar la movilidad y cultura, para ser lugar del conocimiento, la innovación y las oportunidades; mantener los espacios simbólicos y facilitar la vida en barrios con identidad. Me ha salido la carta a los Reyes Magos, pero ya sabemos que cada año la intentamos resolver. Por ilusión que no quede.

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