Gafas de cerca

josé Ignacio / rufino /

l a nueva dieta de r ato

CUANDO vivíamos en plena burbuja, nadie hablaba de burbujas económicas. Vivíamos dentro de una, aunque ajenos a ella. La hinchazón artificial no sólo era crediticia e inmobiliaria, también existían burbujas personales; personalidades públicas con gran imagen como gestores, técnicos y políticos, pero que resultaron estar infladas de aire. Rodrigo Rato responde a ese perfil propio de la década prodigiosa. Tras los ministros socialistas provenientes del sector público (Solchaga, Boyer, Pacordóñez), una rutilante estrella de una derecha que parecía renovarse aterrizó en el ministerio de Economía. Licenciado en Derecho, MBA en Berkeley, teóricamente calentito por cuna, fan de Van Morrison, nada rancio, atractivo, Rato representaba la superior capacidad de gestión que se atribuye a la derecha liberal. "En este país lo que necesitamos es gente que venga del mundo de la empresa, buenos gestores, directivos": qué bello lugar común.

Siendo ministro, encontró tiempo para doctorarse, ya sí como economista. Cuando fue vicepresidente económico, la industria pública reconvertida por González conservaba algunas joyas que fueron privatizadas precisamente en la era Rato. Telefónica era una de esas joyas. La Ley del Suelo de Aznar, una de las grandes bombas de aire de la burbuja, se promulgó con Rato de número dos, de suplente de lujo. En su haber, el éxito en el cumplimiento de los criterios de convergencia para formar parte de la Eurozona. También se ha atribuido a Rato el gran despegue económico de España en las legislaturas de Aznar. Sin embargo, la historia ha rebajado mucho ese éxito, en una parte difícil de precisar producto del doping financiero, algo así como los siete tours de Armstrong. Para dejar como heredero a alguien más manejable, Aznar posibilitó que Rato accediera a la dirección del FMI, un cargo galáctico impropio de un español, algo sólo comparable con el papel global de Samaranch en el COI o de Solana en la OTAN. Pero Rato dio una espantada realmente vergonzosa -y nunca bien explicada- del Fondo con sede en Washington. Tras pasar por un banco de inversión de postín como Lazard, a Rato le dio su partido la presidencia de Bankia. Sobre su papel ahí se ha escrito todo: no fue él el culpable primigenio del mayor bluff bancario de la historia de España, pero su muy irresponsable -si no fraudulenta- salida a Bolsa sí fue conducida por él. Ahora, imputado por este caso, se defiende como gato panza arriba y apunta a Guindos como la mano que forzó el entuerto. El viernes conocimos, con estupor e inmensa desesperanza, que Telefónica -"Io non mi scordo", no me olvido, decía Michele Corleone a quien le hacía un favor- lo ficha para ocupar, más o menos, el puesto del otro gran imputado nacional, Urdangarín. No estará en nómina, eso no: sólo cobrará dietas. Dietas de persona mayor, de las que engordan. Qué cosas pasan aquí, Dios santo.

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