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Por derecho

Martín / Serrano

De nuevo es Jueves Santo

Los ritos El autor, profesor de Derecho Romano en la Hispalense, hace un recorrido sentimental por una de las principales jornadas litúrgicas de la Semana Santa

EL peso de la semana se acumula en el cansancio y los recuerdos, pero se mantiene la esperanza en lo que queda por venir. Es una extraña sensación la que nos invade. Queríamos que llegaran estos momentos y aún no los estamos viviendo cuando ya nos apena que se acaben. Todo Jueves Santo es igual y diferente a los demás. Se repetirán las visitas a los templos en Triana y la Macarena, en la Magdalena, San Lorenzo o el viejo convento del Valle, la larga hilera de nazarenos en Feria o la majestuosa presencia de la cofradía de la Coronación por Tetuán que nos evoca una lejanísima tarde de la infancia en la que sentimos la soledad en la que quedaba un templo que perdía la presencia de la Virgen que llora. Es día grande, que soporta el peso de los siglos y conserva el sabor de cuando la Semana Santa se concentraba en apenas cuatro jornadas -el Domingo de Ramos, en que la liturgia celebra la Pasión, y el Triduo sacro, precedido del Miércoles Santo, que siempre esta semana tuvo víspera-. Era un tiempo en que este día de resplandores se sostuvo en hermandades que por desgracia lo abandonaron -Antigua y Siete Dolores y Vera Cruz, que tal vez vuelva-. Hoy lo veremos también como día renacido en la resplandeciente brillantez del bronce y la madera restaurados del paso de la Quinta Angustia o en el primor de los bordados que acompañan la elegancia de la Virgen de las Lágrimas pero también en la permanente hermosura de la Virgen de la Victoria o en el liberador mensaje que nos envía el Cristo muerto de la Fundación.

En este jueves de sol y de azahar florecido por lo temprano y por las lluvias, las iglesias se engalanan para celebrar el supremo acto de amor del que se quiso quedar entre nosotros y preparan una morada, entre flores y plata, al Sacramento que recibirá el culto de quienes aún no han olvidado el sentido más profundo de estas jornadas pasionales. Ya nadie se acuerda de los asuntos que fueron objeto de opinión y comentario en las semanas anteriores. Nada importa si la carrera estará aquí o en otro sitio, no se habla de recursos a Palacio, subvenciones u otros temas secundarios que nos han ocupado durante la cuaresma en este jueves que se funde con el viernes en el vértice del año que para nosotros constituye la Madrugada.

Sólo nos llena y nos embarga ese encuentro con Dios y con nuestros más íntimos sentimientos y creencias que se prolonga durante toda la noche hasta bien entrada la mañana, esa vuelta a nuestra infancia o a momentos pasados en los que la memoria atisba un poso de felicidad. Quizá se nos vengan a la mente madrugadas en Molviedro, en las que nos descubrieron el rostro sevillano del Dios todopoderoso, amanecidas en Castelar, a solas con el pasado reciente de la ciudad, la voz queda de un capataz de negro perceptible por el sobrecogedor silencio circunstante, o mañanas de bulla jubilosa en Sor Ángela o el Baratillo, en las que Sevilla expresa a su modo la seguridad en la Resurrección como clave para vivir esta tragedia de la muerte de un modo aparentemente tan heterodoxo. Puede que recordemos el andar silencioso de la Virgen de la Merced en la tarde vencida de la calle Cuna, si no ahora en el futuro inundada de música solemne y fúnebre para subrayar que todo es lo mismo y todo es mutable. Reviviremos acaso los muchos años en que sólo a unas venerables mujeres que afrontaban la lluvia de cera por Gravina -siempre ellas junto a la cruz cuando otros huyen- les estaba abierto el gozo de acompañar al Nazareno de Sevilla, cuando descubramos la presencia de otras nuevas incorporadas ya a la nómina de la cofradía de San Lorenzo. Habrá ecos del pregón en el encuentro con ese Dios agrario que ara las calles de Sevilla con su cruz, desde el Salvador a San Lorenzo y con el que espera en el silencio del monumento para disipar cualquier duda a quien quiera dejar el bullicio durante unos minutos para hacer compañía a la majestad del Señor Sacramentado. Día, en definitiva, para encontrarnos con Dios y con su Madre en la verdad del corazón y la memoria. Día para no hablar de otra cosa y para "no pensar en nada".

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