En Sevilla, El Jueves no es sólo una fracción de tiempo sino un espacio que una vez a la semana se transforma de tal manera que pareciera otro lugar y de otro tiempo. Es efímero -dura una mañana- y eterno -lleva toda la vida-, como casi todo lo netamente. También, como todo lo propio de Sevilla, desde Silvio a las Setas, pasando por las tradiciones o los clubes de fútbol, se presta a la polarización: están los detractores de la herrumbre y los simpatizantes del trajín y el cachivache. El Jueves no es el mercadillo holandés, impoluto, donde comprar queso y tulipanes, no es el invernal mercadillo londinense donde escoger hojitas de acebo y muérdago. La regulación de este rastro histórico y popular, necesaria en cuestiones básicas de civismo y convivencia -horarios de montaje y desmontaje, limpieza al terminar, no vender piezas de expolios…- ha de hacerse de modo que la intervención sobre él no lo convierta en otra cosa. Los pobladores de El Jueves ya estuvieron reflexionando sobre esto el año pasado, cuando el Ayuntamiento dispuso la reordenación. Fue cuando, paseando por la Ancha de la Feria, llegó a mis manos una hojilla volandera donde se explicaba esto mismo: cuidao, El Jueves no será El jueves si lo falsificamos o lo hacemos digerible para el turista o se convierte en un Corte Inglés sin escaleras.

Pero llegó una epidemia. Como en las anteriores que azotaron la ciudad, los mercados populares y populosos se convirtieron en espacios propensos a la propagación de la enfermedad. El Jueves reabrió ayer, a medio gas y con "una batería de medidas de seguridad para evitar las aglomeraciones", leo en este su Diario. ¿Cómo mantener la distancia de seguridad en el lapso y la angostura de El Jueves? Como la nueva normalidad, el nuevo Jueves es un oxímoron, como es un oxímoron Nápoles sin agitación en via dei Tribunali, o poner un Starbucks en la plaza de Yamaa el Fna: los oxímoros a veces son dolorosos, insoportables, señales de que las cosas han cambiado y no precisamente a favor de la vida viva, y válgame esta redundancia ante tanta contradicción. A pesar de estos pesares, celebro, mucho, la reapertura de El Jueves con todas las medidas necesarias, del nuevo Jueves -qué remedio- al que el ingenio rápido de las gentes de Sevilla le sabrá sacar la gracia y la magia. Los amigos acudirán a su cita a la cerveza de mediodía portando objetos imposibles bajo el brazo, o con un alijo de libros que acaban siendo regalados. Ya no hay muñecas tuertas, ni pitilleras a ras de tierra, ahora todo es menos y en su mesa. A partir de ahora, el relío de las antigüedades con las cosas viejas, los libros, los discos, el fastuoso catálogo de todo lo imposible, es distinto. Pero ojalá conserve mucho de sí mismo. De lo contrario, perderíamos. El valor incalculable de El Jueves no está en sus cacharros, sino en la vida los rodea.

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