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De obispos y demonios

Nadie podrá decir que los obispos andaluces no han hablado alto y claro sobre la ley LGTB

En estas últimas semanas se viene leyendo en misa el austero y esencial Evangelio de Marcos, en el que aparece un Jesús de profunda humanidad, ocupado no sólo en predicar, también en curar enfermos y, frecuentemente, en sanar a personas atormentadas por demonios. Demonios que reconocen inmediatamente en él al Santo, al Hijo de Dios cuyo poder acatan y temen, paradoja que permitió a Fabrice Hadjadj llamar La fe de los demonios a uno de sus libros. Y si no fe, sí un conocimiento que no está lejos de ella. Cuando Jesús envíe más tarde a sus discípulos a anunciar la proximidad del reino de Dios, les encomendará igualmente la expulsión de demonios.

Bien podemos decir que esa ha sido desde entonces una de las mayores ocupaciones de la Iglesia, combatir a los demonios que atenazan y destruyen a los hombres, aunque en cada momento asuman aspectos tan distintos para conseguir sus fines. En nuestros días, como en su momento supo ver Dostoievski, las ideologías han asumido ese papel destructivo de la persona concreta que antes, quizá con más frecuencia que ahora, era cosa de espíritus inmundos. Las ideologías también cambian con los tiempos, como esos mismos espíritus, pero su fondo letal siempre apunta a la negación de lo sagrado en el hombre.

Esto es lo que más destaca, a mi juicio, en la meditada denuncia que los obispos andaluces han hecho el pasado 17 de enero de la Ley LGTB que fue aprobada hace ya unos meses por el Parlamento andaluz. Un documento que con excepcional claridad señala los peligros, ya advertidos desde estos Envíos, de una ley que asume "todo el entramado de la ideología de género...intentando así deconstruir el cuerpo humano, el matrimonio y la familia". Y eso a través de la imposición de una visión de la persona que atenta contra la vida familiar, la educación y el ejercicio de la medicina y compromete las libertades ciudadanas en aspectos básicos, incluida la libertad religiosa y de conciencia. Sus víctimas principales, no tardaremos en constatarlo, los niños y jóvenes a quienes se adoctrinará en una idea profundamente equivocada de su propio cuerpo y de la vida.

Nadie podrá decir que los obispos andaluces no han hablado alto y claro, pero ¿hay interés en los católicos en escucharlos y difundir sus advertencias? Los demonios nos siguen queriendo sordos y ciegos, como en tiempos de Cristo.

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