Acción de gracias

El oficio

Sigo aprendiendo con las entrevistas, con el mundo que me presentan los creadores en sus charlas

En las películas, y ocurre tanto en los dramas con denuncia social como en las comedias disparatadas, en El gran carnaval o en Luna nueva, suelen retratar a los periodistas como cínicos y desmemoriados que olvidan la palabra lealtad cuando pueden destapar una exclusiva. Hombres y mujeres, según el cliché, profundamente desencantados, bebedores, misántropos, con relaciones sentimentales ruinosas, pero que gracias a su carácter avispado se marcan de vez en cuando algún triunfo: dan una patada a un adoquín y encuentran debajo de las piedras una noticia de portada. También hay otros largometrajes que celebran la épica del oficio, con profesionales íntegros que saben tirar del hilo y llegan nada menos que a la Verdad, esa verdad en cursiva o en mayúsculas para que trascienda así la anodina realidad. Vean Todos los hombres del presidente, Spotlight o Los archivos del pentágono y desearán apuntarse a una Facultad de Periodismo con el ánimo tomado por los valores más nobles.

En la vida, aunque esa modalidad no interese a los que hacen cine, hay otros plumillas torpones que sólo recuerdan que tienen olfato después de pisar una caca de perro en la calle, reporteros distraídos que están en el lugar y en el momento oportunos -sí, ahí donde se hallaría la noticia- y van los muy despistados y se les pasa, cronistas que parecen haberse formado en la escuela de Louis De Funès antes que en una buena universidad. No se engañen: estos personajes secundarios, estos hombres aparentemente sin demasiado carácter,también son necesarios en la estructura de un periódico, aunque nadie les haya hecho una película. Editan y escriben páginas y páginas y aman una redacción más que nadie. Sus textos son pulcros y rigurosos, porque quieren dar a los lectores algo tan sencillo, y necesario, como el trabajo bien hecho. Paco Correal, Paquiño, dice que nunca ha dado una exclusiva -una vez, supongo que por error, en el periódico Lanza de Ciudad Real- y no hay periodista más querido y admirado en la ciudad que él.

Perdonen si defiendo con vehemencia esta escuela, se debe -lo habrán notado- a que pertenezco a ella. El otro día encontré recortes de mis primeros artículos, de hace ya muchos años, en un periódico que desapareció. Ninguna exclusiva, claro, pero ahí estaba ese amor por el oficio que aún conservo, pese a todo. Sigo aprendiendo, por ejemplo, con las entrevistas, con el mundo que me presentan escritores, cineastas, músicos, intérpretes o artistas en sus charlas. Me encanta oír sus relatos y contarlos. Y hay algo noble en la transmisión fiel, sin la búsqueda de ruido o de titulares fáciles, de lo que comparten contigo. En estos días en que nadie escucha a nadie, quizás haya que reivindicar ese diálogo, la palabra mesurada, el aprender del otro. Eso también es periodismo.

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