¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Historias vivas de los cementerios
Es verdad que lo reivindican los ultras y que su contundente rechazo de la inmigración no asimilada es compatible con el odio racial que prende en los suburbios y sirve de munición para los pescadores en río revuelto, por abundar en las metáforas fluviales, pero hay que precisar que Enoch Powell, el profeta de los ríos de sangre, no era ningún fascista. Tampoco lo son los conservadores que defienden la continuidad de una tradición milenaria, el apego al oikos que definió Roger Scruton o lo que Valentí Puig, desde la misma conciencia de pérdida constatada por el pensador inglés, ha llamado la fe de nuestros padres. Aunque vaya a contracorriente de la opinión más extendida, el mero cuestionamiento del multiculturalismo como un horizonte deseable no equivale a una profesión de intolerancia.
Dicho de otro modo, la idea de que los inmigrantes procedentes de otras culturas deben adaptarse a las sociedades de acogida no tiene nada de descabellada, aunque pueda ser discutible. Lo es de hecho y desde hace décadas tanto en Gran Bretaña como en Francia, donde las instituciones del Estado defienden de modo activo los valores de la República. Se da entre los que se dicen progresistas una paradoja muchas veces señalada: el respeto a las identidades culturales, incluidas las que niegan derechos y libertades protegidos en Occidente, no se extiende a la identidad propia, de la que no pocos europeos se sienten hoy desligados. Ahora bien, si se quiere evitar un escenario de permanente confrontación, que es el que tenemos o hacia el que nos dirigimos, de la mano de quienes señalan a una parte de sus conciudadanos como enemigos, hay que aceptar que nuestras sociedades ya no son homogéneas y que por lo tanto estamos obligados a convivir con ideas y creencias muy distintas, entre ellas las de quienes añoran el viejo orden casi abolido. Es legítimo que cada uno abogue por las suyas y más que conveniente no demonizar las de los adversarios, que en materias como la inmigración plantean dilemas no fácilmente resolubles.
En ese sentido amplio o elemental que invita a conservar lo que merece ser conservado, sean conquistas recientes como el Estado del Bienestar o legados seculares como la literatura clásica o la belleza de las catedrales, todos podemos reclamar la triple herencia de Atenas, Roma y Jerusalén y sentir la oikofilia de la que hablaba Scruton, es decir el amor a lo propio, como una forma de lealtad a quienes nos precedieron y han de sucedernos. Entre estos últimos habrá, como sucedió en el pasado, gentes de muy variados orígenes que serán también nosotros.
También te puede interesar
Lo último