Nada te ha borrado la sonrisa ni te ha robado la luz de los ojos. La sonrisa puede ser fingida para consuelo de quienes te quieren. Pero la luz de los ojos, la clara y limpia luminosidad de la mirada, no puede fingirse. Se tiene o no se tiene. Se conserva o se pierde. Sin que la voluntad pueda hacer nada. Si el rostro es el espejo del alma, los ojos son el alma misma visible, abriéndose, mostrándose, dándose al mundo y a la vida, y abrazándolos. Sin ponerles condiciones. Porque sí. Porque Dios existe y todo tiene sentido. La sonrisa tiene que ver con la felicidad, que es un estado de ánimo y, por lo tanto, mudable. La mirada tiene que ver con la alegría, que es un sentimiento que nace de lo interior, algo propio, consustancial a la personalidad, que tiene más que ver con el yo que con las circunstancias. Por eso, la felicidad se define como posesión de un bien y la alegría como sentimiento vivo, persona que es causa de gozo, gracia, abertura y luz.
Gracias a ti he comprendido más hondamente a la Esperanza Macarena. Gracias a ti he superado el tópico que enfrenta sus ojos en llanto y su entrecejo fruncido a su sonrisa. Es su cara, naturalmente, la que manifiesta de forma tan rotunda, irresistible y arrolladora la gloria del Eterno entre nosotros. Y la multiplicación de su cara en el universo de pura, instintiva e irreprimible alegría, gracia y elegancia popular que Juan Manuel creó para que la luz de esa cara se reflejara en la corona, el palio, el manto, y desde ellos irradiara a las túnicas de los nazarenos, y brillara en los cascos y las corazas de la Centuria, y estallara como un grito blanco en las plumas que a la vez cierran el séquito morado del Sentenciado y abren el verde de la Resucitadora. Sí, es su cara, y su multiplicación en la cofradía perfecta. Pero sobre todo son sus ojos.
Ellos, no la sonrisa, desmienten las lágrimas. Ellos son la causa de nuestra alegría. Ellos son la irrupción de la eternidad en el tiempo para mostrarnos, con la evidencia de lo que se puede ver, que la eternidad no es lo opuesto al tiempo, sino su entraña, la raíz de su belleza, de su verdad y de su sentido. Por eso la Macarena nos enloquece como al preso que ve abrirse la puerta de su celda, al perdido que encuentra su senda, al sediento que encuentra la fuente. Gracias a ti, queridísima Carmen, he comprendido mejor el secreto a gritos de los ojos de la Esperanza.
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