POR una vez, y con el temor de que no sirva de precedente, la semana termina envuelta en un inusual halo de optimismo. Un optimismo que venía de Londres, donde los líderes del G-20 trazaban las líneas maestras de un nuevo orden financiero mundial para hacer frente a la crisis. Veremos cuánto dura. Algo es algo y el optimismo en situaciones tan complicadas como la actual puede ser la antesala de la confianza y la confianza es imprescindible para iniciar la senda de la recuperación. Este frágil optimismo a escala planetaria tenía también un reflejo doméstico y chiquito, pero también importante. La inauguración de la primera línea del Metro en la capital de Andalucía ha llenado también de buenas vibraciones una ciudad que un día aspiró a ser la gran metrópoli del sur de Europa y que hoy necesita más que nunca estímulos para encarar un futuro incierto. El Metro llega a Sevilla tarde, con más de tres décadas de retraso sobre el horario previsto. Y mal, con una única línea que ni de lejos colma la necesidades de transporte del área metropolitana. Con la historia del Metro, Sevilla ha vuelto a demostrar que es especialista en perder trenes y que sólo los coge a tiempo cuando la empujan desde fuera, como ocurrió en el 92.

Pero lo importante es que ya está aquí y que pronto nos preguntaremos cómo pudo funcionar la ciudad durante tantos años sin transporte metropolitano. El Metro ha llegado a Sevilla en un momento en el que noticias positivas le hacían falta como el comer. En Granada y Málaga el mismo objetivo se dibuja ya con claridad en el horizonte. En Cádiz, el segundo puente y el tranvía de la Bahía van a cambiar el modelo de transporte en una de las comarcas más pobladas de la región. La Andalucía de la ciudades empieza a cambiar de paisaje y ello es motivo para permitirnos entrar en la Semana Santa, sinónimo de vacaciones para casi todos, con un espíritu un poquito más alegre. Si encima los grandes líderes mundiales que tienen que sacarnos de esto se ponen de acuerdo, pues, venga, pensemos, que esto puede mejorar.