Hoja de ruta

Ignacio Martínez

El orgullo no da el poder

EL malo de la película Australia, Neil Fletcher, repite varias veces que "el orgullo no da el poder". Orgullo, entendido por vanidad, arrogancia o exceso de autoestima no es una buena cosa, aunque el amor propio y la determinación de lady Ashley, el personaje que encarna Nicole Kidman, tenga más dignidad que todo eso. Sobre la película opino, como mi admirado Carlos Colón, que Baz Luhrmann ha querido hacer una mezcla de Lo que el viento se llevó, Doctor Zhivago y Memorias de África. Y no. El resultado es entretenido y poco emocionante. Pero a medida que el malo Fletcher repetía "el orgullo no da el poder" me iba haciendo este artículo.

Y en esto sale Magdalena Álvarez a comerse el mundo después del fiasco de Barajas por la nieve. La culpa es de los meteorólogos o de Iberia, y a Rajoy más le valdría callarse, que no hace otra cosa que perder elecciones, el tío. Una amiga mía dice que le gusta mucho la ministra porque es una mujer rajá y despachá, dice siempre lo que piensa y es echá p'alante. Estas cosas gustan, aunque a mí me producen escasa emoción. En alguna de sus polémicas, incluso, creo que Magdalena tenía razón. Por ejemplo, cuando la quisieron linchar los del PP por las filtraciones de la comisión de investigación sobre el accidente de Spanair. En fin, aparece Zapatero y ampara a su jefa de Fomento. O sea, que el malo Fletcher no tenía razón: el orgullo a veces sirve para mantenerse en el poder. A Álvarez, al menos, le funciona la fórmula.

Estos días hemos tenido pruebas de sobra de orgullo y nervios. Nada menos que un vicepresidente de la Junta ocupó la tribuna del Consejo de Gobierno el 30 de diciembre para sacudirle de lo lindo al jefe de la oposición. Gaspar Zarrías dijo que iba a hacer un balance del año y resultaba que Arenas era el 80% del año; era malo, nefasto para Andalucía e iba a seguir perdiendo por los siglos de los siglos. No crean. Gaspar es capaz de ser atento y cordial como ninguno, pero si lo exige el guión es capaz de ponerse muy orgulloso. Menos mal que aquel día el otro vicepresidente estuvo estupendo, con la financiación autonómica. Tanto que Griñán vendió mucho mejor el artículo que el propio Solbes.

En la acera contraria, tampoco estamos faltos de gestos altivos y broncos. Cuando la torpe de Nebrera descarrila en su empeño de descalificar el acento rajao de Magdalena Álvarez, entra al rebote el número 2 del PP andaluz, Antonio Sanz, con la coletilla de que todo es culpa de la chulería, soberbia y torpeza de la ministra. No se había enterado de que en esa coyuntura valía más la humildad de pedir disculpas. Arenas no lo hizo al día siguiente, aunque le pegó un bofetón en la boquita a Nebrera; no en balde esta señora no es de su cuerda dentro del PP catalán. Ahora aprovechan y se la quieren quitar de en medio. El poder, después de todo, tiene mucho que ver con el orgullo.

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