Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Bárbara, el Rey, Jekyll y Hyde
Muchos ayuntamientos deben mucho. Algunos deben hasta de callarse. Andalucía lidera otra estadística nacional negativa, de ésas que nadie querría encabezar: de los 22 ayuntamientos españoles con graves dificultades de sostenibilidad financiera –al borde de la ruina, vamos– 11 son andaluces. Algunos tan relevantes como Jaén (tiene una deuda de 4.900 euros por cada habitante), Jerez (4.500 euros), Algeciras o La Línea de la Concepción. Y están atrapados, porque su única salida es recibir fondos del Estado que, al ser préstamos, habrá que devolverlos también. O sea, los municipios alivian su situación y pueden pagar a sus proveedores, pero a cambio se hacen más deudores del Estado, que ciertamente es un acreedor más llevadero que los particulares.
Durante muchos años los ayuntamientos fueron los parientes pobres de la democracia. Estaban infrafinanciados. Los primeros alcaldes democráticos, elegidos en 1979, se enfrentaron a una situación muy difícil: sin ingresos, con déficits de infraestructuras increíbles, servicios infames y demandas sociales crecientes. En general actuaron con sensatez y valentía, pero muchos se pasaron al otro extremo, invirtiendo todo lo que no tenían, acometiendo proyectos megalómanos y confiando en un boom –el inmobiliario– que, como todos, se desinfló en unos años. Y ahí empezó la debacle. Sus sucesores, por motivos electorales e incapacidad para dar malas noticias, no han dejado de engordar la trampa hasta nuestros días. Las excepciones se cuentan con los dedos de una mano. Aquellos de la Transición y los años ochenta fueron en general buenos alcaldes, pero dejaron ayuntamientos entrampados y una herencia envenenada. No sólo a los regidores posteriores, sino a sus vecinos y a los hijos de sus vecinos. Porque hay algo que no se comenta: que las deudas que se contrajeron entonces no han sido amnistiadas. Tendrán que pagarlas los contribuyentes de ahora y de mañana. Aunque sea en cómodos plazos, ya que el acreedor principal terminará siendo el Estado.
Estuve conversando –en la Antigüedad, claro– con el gran Pedro Pacheco, cuando era alcalde de Jerez, en la Venta Antonio. El camarero, obsequioso, le dijo: “¡Vaya tela, don Pedro, cómo nos ha quedado el Circuito!”. Pacheco estuvo prudente: “Bueno, pero eso habrá que pagarlo”. Y el camarero zanjó: “¡Ya se pagará, pero de momento está ahí!”. ¿Se habrá terminado de pagar?
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