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DESPUÉS de tres meses de consultas con los grupos parlamentarios y sectores profesionales, el ministro de Educación y la secretaria general del PP han coincidido en el diagnóstico: el Pacto de Estado por la Educación es viable. Se puede conseguir.

No echemos las campanas al vuelo, pero el anuncio es esperanzador. ¿Cómo se está logrando el acercamiento? Muy sencillo: dejando al lado los mensajes grandilocuentes y aparcando los asuntos ideológicos (Educación para la Ciudadanía, enseñanza de la religión, modelo educativo) para centrarse en los aspectos concretos que lastran el sistema educativo hasta conducirlo al desastre actual.

Que así no podemos seguir es un lugar común. No podemos continuar soportando tasas de fracaso escolar del 30% en la Enseñanza Secundaria Obligatoria, el abandono prematuro de los estudios por muchos chavales y la evidencia de que de las aulas está saliendo una generación de semianalfabetos funcionales. Es una injusticia para los propios alumnos, aunque muchos de ellos no lo sepan, y un despilfarro que compromete el futuro del país. España no podrá progresar mientras no disponga de una población formada para incorporarse social y profesionalmente a la sociedad del siglo XXI.

No existe ningún impedimento serio para aspirar a este objetivo sin necesidad de cambiar las leyes a cada legislatura ni de que cada ministro pretenda pasar a la historia. Basta con el sentido común para implantar en la escuela la cultura del esfuerzo y la exigencia, para respaldar la figura imprescindible del profesor, respetado, con recursos y en permanente reciclaje, para que las clases se impartan con una disciplina ajena al autoritarismo periclitado y al asambleísmo estéril, para garantizar la igualdad de oportunidades y la flexibilidad en la trayectoria de cada estudiante, para potenciar los idiomas y las nuevas tecnologías, para construir una formación profesional atractiva y sujeta a las demandas sociales, para asegurar una mayor financiación de los niveles educativos más necesitados...

Bueno, impedimentos sí que existen: el sectarismo de los partidos políticos que han de alcanzar el acuerdo deseable. Si no se autoinculcan fuertes dosis de generosidad y renuncian a sus corsés ideológicos, no habrá nada que hacer. Con el pacto antiterrorista, vigente en la práctica, PSOE y PP han hecho un gran servicio a España. Su premisa es: orillemos nuestras diferencias para preservar lo que nos une, que es lo fundamental. Con el Pacto por la Educación se trataría de repetir el esquema. Lo primero está liquidando un problema del pasado; lo segundo combatirá uno, grave, del presente y prevendrá otro mayor del futuro. Merece la pena.

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