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Luis Carlos Peris

Fue más papista que el Papa y...

En el adiós del Sevilla a Cristóbal Soria se demuestra que hasta la fidelidad tiene fecha de caducidad

COMO en una especie de Roma no paga traidores extrapolado a los intestinos más internos del mundo del fútbol, el Sevilla se ha quitado de encima a Cristóbal Soria, que la mujer del César no sólo tiene que ser buena, sino que también ha de parecerlo, o sea. Cristóbal, llamado a desempeñar un papel secundario en el partido de fútbol, fue adquiriendo protagonismo desde el primer momento en aquella 2000-2001 en que el Sevilla, tieso como una regla, apretaba los dientes para salir del infierno de la Segunda División. Como delegado de equipo no se resignaba a ese simple papel y hubo días en que sólo le faltó tirar a gol.

Es tanto el protagonismo que Cristóbal, gran amigo por cierto, fue atesorando que en el arcano fotográfico del periódico existen más fotos de él que de Palop. Eso debe dar idea de lo que el hombre ha significado en los once años de permanencia en el banquillo del Sevilla. Una noche de trago largo en un garito soriano nos dio un máster de dos horas sobre la forma de ganar un derbi. En aquel rosario de derbis con Caparrós, y en los que el empate se rentabilizaba como triunfo, dejaba bien clara su incidencia y hasta, maquiavélico, justificaba el insulto a Lorenzo Serra que desembocó en la agresión del balear como paradigma de que el fin justifica los medios.

Ahora ha caído víctima de ese maquiavelismo. El asunto de los recogepelotas tramposos ha sido su techo y el Sevilla ha puesto en la balanza qué es mejor, si el maquiavelismo o el buen nombre. Bajo la vieja conseja de que hablen de uno aunque sea bien, Cristóbal Soria se ha ido con tanta luz y tantos taquígrafos como se van los futbolistas de tronío, con periodismo rodeándolo. Aunque a veces no comulgase con sus métodos soy amigo suyo y él lo sabe, por lo que en esta hora del adiós no tengo otra que desearle suerte en la vida con el consejo de que no es necesario ser más papista que el Papa porque a la hora de la verdad, ese Papa dice ya no me interesas y te da puerta.

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