Acción de gracias

La parcela

Simón Partal indaga en el rastro sagrado que esconde la belleza. Un hombre sale de un río, y está hablando con Dios

En La parcela, la primera novela del poeta Alejandro Simón Partal -publicada por Caballo de Troya, sello que tiene este año a Jonás Trueba como editor-, el malagueño cambia el verso por la prosa pero se mantiene fiel a los temas que le preocupan: lo bueno, lo bello, el misterio de la fe, el misterio de lo humano. El libro es, entre otras muchas cosas, la historia de un encuentro, el de un profesor de literatura español, aún joven, que da clases en Boulogne-sur-Mer, al norte de Francia, y otro joven, un chico sirio que aguarda un destino mejor en un campamento de inmigrantes en Calais, dos personajes con suertes muy distintas pero que coinciden no obstante en su desarraigo. A partir de esa premisa, Alejandro indaga en el componente moral, o el rastro de lo sagrado, que guarda la belleza. Un hombre sale de un río, y está hablando con la naturaleza, y está hablando con Dios, como años antes un jardinero, el jardinero que trabajaba para la familia del protagonista, salió de una piscina. Alejandro se interroga, y nos hace partícipes, por qué esa contemplación nos ensancha el alma y nos conmociona, por qué nos hiere y nos hace vulnerables al mismo tiempo que sabemos que asistimos a un milagro, a un deslumbramiento.

Aquí el deseo, que tantas veces se ha asociado sólo a la carne, es sublime y procede también del espíritu. En la poesía y en la narrativa de Alejandro, la atracción por el otro es un enigma insondable con cierto parentesco con la religión. "Cuando se reza hay que tener las palmas de las manos mirando al cielo; cuando se desea, los ojos cerrados", opina el narrador de La parcela. No es casual que se enfrenten los conceptos de rezar y desear, que son dos maneras de celebrar lo sagrado. "Dios está en todas partes", se dice en un pasaje del libro. "Dios está en la gente", se lee en otro momento.

Y la gente que le interesa a Simón Partal es la que no ha tenido suerte, la que se aloja en sórdidos albergues, la que apuesta en las carreras de caballos y lo hace con el fervor de quien reza a una Virgen. Aunque el autor no quiera verla como una novela de denuncia -la obra es principalmente una celebración de la vida desde la conciencia de la finitud-, La parcela resulta oportuna en un momento en que se culpa a los que vienen de fuera de todos los males: su creador nos recuerda algo tan básico como que los muchachos del campamento de inmigrantes son personas como nosotros, que sueñan con una vida digna, que también quieren divertirse y preparan una rave para hacer frente a la adversidad. Simón Partal nos señala en esta novela honda y hermosa que Dios está en lo bello y en lo bueno, pero también en la esperanza del desamparado.

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