La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La felicidad de fundar un colegio con éxito en Sevilla
El parlamentarismo está de luto. Descansen en paz la oratoria y el debate. El consenso ha sido ahogado por el griterío y la bajeza. ¿De qué nos sirve el Congreso? Por qué no votan telemáticamente desde casa calzando unas pantuflas? Resulta duro admitirlo, pero durante la pandemia casi nadie echó de menos a nuestros dirigentes discutiendo a garrotazo limpio. Y así al menos nos ahorraríamos las dietas y espectáculos tan penosos como el del jueves, uno de los días más tristes de nuestra joven democracia, tras aprobarse la ley de la amnistía en contra de la razón, entre gritos e insultos. Ningún diputado sorprendió con su voto porque no gozan de libertad. Los partidos ya no les permiten pensar por sí mismos. Son meros autómatas de torre de catedral, como el Papamoscas de Burgos. Y un parlamento que no parlamenta es como un gobierno para el pueblo, pero sin el pueblo.
De espaldas a la ciudadanía y a cambio exclusivamente de conservar el poder, como estaba cantado, Pedro Sánchez cedió al chantaje y aprobó dicha ley sin tener amarrada ni la investidura de Salvador Illa. Han sido borrado los delitos de unos independentistas que ni han pedido perdón, ni tienen intención de hacerlo. Lo llaman concordia y la bancada del PSOE aplaude a rabiar entre los besos y abrazos de los separatistas. Cuesta imaginar a los disciplinados diputados socialistas, de vuelta a casa, explicando a sus vecinos de toda la vida por qué aprobaron una amnistía que hace menos de un año negaban. Por qué favorecen que se privilegie a unas comunidades en detrimento de otras. ¿Qué les dirán: que cambiaron de opinión por ensalmo?
Salvador Illa hace bien en tentarse la ropa porque el desafío independentista continúa. Si nos ponemos en lo peor –y a tenor de la trayectoria de Sánchez con los independentistas es lo más sensato– el referéndum lo podemos dar por hecho. Y como hoy sólo importa el relato, lo llamarán consulta pactada o de la fraternidad o usarán cualquier otro eufemismo de su baratillo intelectual. Este paso hasta Illa lo tiene asumido, pero teme para sus adentros que Sánchez también renuncie a su investidura, presionado por Puigdemont. Por el bien del socialismo, la lógica invita a pensar que el PSOE por una vez no claudicará, aunque haya que repetir las elecciones en Cataluña. Pero quién sabe, ¿verdad? El presidente ha amnistiado al prófugo y a sus espoliques con la misma tranquilidad con que se asoció con Bildu por su cuenta y riesgo, sin escuchar a nadie. Los que discrepan del líder en público –como ocurre con todos los partidos– son tachados de traidores. Hoy el Parlamento acoge a una nueva especie de autómatas de la política cuyos engranajes controlan los relojeros de cada formación. Así nos va.
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