Desde aquel gol de Schnellinger a Italia en México 70, la contumacia alemana para no dar por perdida una pelea hasta el último segundo del último minuto está en las señas de identidad de su equipo nacional. Por todo eso, y muchas cosas más, resultó emotivo ver cómo una tropa de aparentes desnutridos resistía el aluvión germano para rematar la que puede considerarse como la gran sorpresa de cuanto llevamos de Mundial.

Qué grande es el fútbol cuando David puede con Goliath. Es lo que ocurrió en la tarde moscovita del domingo como aperitivo a lo que a continuación lograría Suiza frente a la muy sobrevalorada Brasil. Me encantó la forma en que México afrontó el pleito con los vigentes campeones del mundo y si en la primera parte le acompaña el acierto a Layún podríamos estar hablando de una goleada humillante. Fue modélica la actitud azteca tanto en las maduras como en las duras.

Ese Alemania-México del domingo 17 de junio en todos los calendarios occidentales quedará marcado con gruesa tipografía en la historia de los Mundiales. La inteligencia que permite saber qué procede en cada momento fue la base para el campanazo que la Tri ha dado en Rusia 2018. Primero acertó al rentabilizar la frescura física a base de contras que no fueron letales porque no acertaban ante Neuer hasta que ese tabardillo que es Hirving Lozano la puso dentro.

Luego no le cabía otra que apiñarse en treinta metros para que Ochoa saliese con bien del evento. Y ahí apareció el sentido heroico que permite que David sobreviva ante Goliath. Metiendo la cabeza en un avispero si fuese necesario, México fue capeando un temporal cada vez más enfurecido para acabar celebrando el inesperado triunfo a lágrima viva, que es como celebra el indiscutible inferior haber doblegado al superior. Fue un partido que pide a gritos mármol y buril.