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El miércoles hubo junta de gobierno en la Macarena para convocar las elecciones, a las que concurrirá de nuevo el actual hermano mayor

CUANDO Ronald Reagan dejó la Presidencia de los Estados Unidos tenía 78 años y había estado dos mandatos de cuatro años cada uno dirigiendo la mayor potencia del mundo. No hay que extrañarse en ningún caso de que Manuel García haya decidido a los 79 años repetir como hermano mayor de la Macarena, la cofradía con más hermanos en nómina y con mayor proyección fuera de la ciudad gracias a la referencia devocional con carácter universal de la Virgen de la Esperanza. Y qué quieren que les diga, pero es toda una alegría que Manologarcía, como se pronuncia en el atrio y en el resto de la ciudad, siga siendo el hermano mayor de la Macarena antes de que pille la vara de las capillas cualquier advenedizo experto en marketing electoral cofradiero o cualquier empresario despistado aupado por los pijocofrades de nuevo cuño, los del movimiento copabaloniano  que llevan unos  años ya pululando por el negocio de las cofradías. Sobre todo porque la Macarena tiene por delante el año jubilar y los fastos de la efeméride de la coronación canónica. Manolo tiene edad, sí. Pero también tiene sabiduría y gobierno, que son dos virtudes que no siempre acompañan a la edad. Viejo en horas, pero también en obras. Es alguien en la ciudad en el mejor sentido, una grandeza que procede de estar criado en la humildad y en la sencillez, de haberse forjado como profesional en el sacrificio diario de su puesto de frutas en el mercado de la Encarnación y de haber adquirido destreza por los despachos oficiales -tarea necesaria en el cargo- en sus años como concejal del Ayuntamiento, tanto en la oposición como en el gobierno. Pero, por encima de todo, atesora una cualidad innegable: la autenticidad. Es de la Macarena, sabe de la Macarena, conoce a los macarenos, controla el barrio, sabe quién pasa necesidad en el anonimato y a quién se le puede pegar un sablazo para ayudar a ese otro hermano. Dicho de otro modo y para que se me entienda: Manolo es de la copita de Rioja de toda la vida y no de la ginebra premium. Impostura cero. Ha cumplimentado como concejal al papa Juan Pablo II y -para disgusto de Soledad Becerril- al dictador Fidel Castro, porque siempre tuvo un puntito transgresor o rebelde que le ha costado disgustos en algunas ocasiones. Sabe también Manolo lo que es el frío de la Sevilla oficial, cuando en los años 90 estuvo castigado sin salir en algunas fotos y, por ende, algunos turiferarios de la Sevilla Falsa se apartaban de su vera no fuera que la tijera también les llevara por delante. Pero de todo se sale. Y salió. También sabe lo que es dejar la política y que el teléfono móvil sólo suene a mediodía para oír al sudamericano de las tarifas promocionales. Se fue con la pena de no ser delegado de Fiestas Mayores, ignorando que la noria del destino le tenía preparado un viaje a las máximas alturas de su cofradía del alma. Y volvió a emerger nuevamente, cuando en su casa de toda la vida, que ni era el partido político ni otras gaitas, sino la Hermandad de la Macarena, Juan Ruiz le ofreció un puesto desde el que dar rienda suelta a ese ciudadano inquieto que lleva dentro. Y si empezamos el texto con Reagan, terminamos con uno de los grandes hermanos mayores de la Macarena, José González Reina, otro que fue hermano mayor a edad avanzada. Al fin y al cabo, la vida es una malla camaronera en la que sólo la Virgen de la Esperanza sabe donde empieza, donde terminan y donde se cruzan los hilos. 

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