DIEZ años ya de unos niños que se quedaron esperando a sus padres y a los que ni siquiera el paso del tiempo habrá podido explicarles por qué esa noche no volvieron a casa. Diez años ya de la mayor sinrazón jamás conocida en esta ciudad que en aquella madrugada se acongojó como nunca. Diez años ya de los tiros en la nuca más ominosos, de la agresión más cobarde, impropia de un género que pierde su nombre de humano por la sola pertenencia a él de esos asesinos sin causa. Y no es que el asesinato tenga nunca causa justificada, pero cuando se ejecuta como se asesinó aquella madrugada a un matrimonio joven que iba al reencuentro de sus hijos, el asesinato no es sólo asesinato, sino acto para el que se agotan los adjetivos. Se cumplen diez años de aquella lóbrega madrugada en Don Remondo y mientras más años se cumplen menos se comprende y más se repudia a los asesinos.
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