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La patria del reloj

Reloj, detén tu camino... Nos dieron la cinco de la mañana. Y sentimos, sencillamente, la alegría de una misma patria

Hoy, Fiesta de la Hispanidad. Reconozco que nunca entendí por qué, muerto y enterrado el dictador y sus veleidades imperiales delirantes, la Fiesta Nacional por antonomasia y sin discusión no fuera el 6 de diciembre, el día de la Constitución. El 12 de octubre (felicidades a las Pilar en general y a Zaragoza en particular) venía cargado de exaltaciones que en la dictadura resultaban odiosas y luego ya, en democracia, no lograban desprenderse de esa herencia. Esta Fiesta, mejor no ignorarlo, arranca con la regente María Cristina en 1892, como Día de la Raza, pecado original del que no logró desembarazarse ni cuando su hijo Alfonso XIII le añadió la idea de Hispanidad, veinte años después. Raza e hispanidad convivieron en peligroso cóctel durante toda la dictadura, menos interesado el régimen en alimentar el presente común con Hispanoamérica que en usar la gesta colombina como símbolo heroico del Imperio hacia Dios. La reserva espiritual de Occidente estaba hambrienta de grandeza que llevarse al pasado. Curiosamente ni Calvo Sotelo ni Felipe González, que firmaron decretos fijando el 12 de octubre como Fiesta Nacional, lograron despojarla del todo de esa carga envenenada. Pareciera que en realidad hubieran preferido, literalmente, dejar la Fiesta en paz. No hemos sido capaces de celebrar lo más importante, la lengua que nos nombra -hispanoamericanos- y que nos hermana. Una lengua habitada por cientos de millones, una lengua que partió con Colón de Moguer y que volvió cada vez más rica. ¿Quién duda de que el nuevo siglo de oro español tiene los nombres de Borges, Cortázar, García Márquez, Octavio Paz, Alejo Carpentier, Vargas Llosa y tantos?

Hace muchos años viví una de las lecciones más ricas de mi vida. Fuimos un grupo de jóvenes españoles cooperantes a Nicaragua, liberada de la dictadura de Somoza por una revolución de poetas como Cardenal, músicos como los Mejía Godoy y escritores como Sergio Ramírez. No fue fácil. Las condiciones eran muy duras. Compartíamos choza con familias de siete o nueve miembros y sus animales. Estuvimos al borde del fracaso y la incomunicación total. Hasta que una noche, Rosa, la mujer con la que yo vivía, se puso a cantar.

Reloj, detén tu camino, seguí yo con mal oído pero mucha voluntad, porque mi vida se apaga, continuó una pareja vasca, ella es la estrella que alumbra mi ser, un valenciano, yo sin su amor no soy nada. Nos dieron las cinco de la mañana. Y sentimos, sencillamente, la alegría de una misma patria.

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