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El patrimonio

Ni todos llevamos los apellidos oportunos -qué le vamos a hacer-, ni todos tenemos un caserío al que regresar

Como ya sabrán, la Generalitat intenta que la factura del procés, que los gastos del 9-N, no la pague don Artur Mas, sino el cuerpo de interventores que permitió el dispendio. Esta maniobra elusiva, sin embargo, no es una mera anécdota procesal, sino una estricta categoría política. Aquella que nos recuerda que el nacionalismo, y su florido ribete costumbrista, son una forma sentimental de patrimonializar lo ajeno. O dicho con mayor exactitud, el nacionalismo es un modo de melancolizar, otorgándole un sentido heroico, la cuenta corriente.

Todavía recuerda uno aquella frase memorable de don Xabier Arzalluz, donde se expresaba con claridad dicho procedimiento: "Prefiero un negro que hable euskera a un blanco que no lo hable". De donde se deduce que don Xabier no toleraba a ninguno de los dos (ni al negro con don de lenguas ni al blanco ayuno de euskaldún), y que la hermosa Euskalherría era cosa de los abertzales, de los patriotas vascos, y no de la grey maleante y advenediza. En este sentido, también es bueno señalar el modo en que don Sabino Arana alquilaba sus naves a los maketos, para que organizasen sus bailes, y luego los expulsaba de allí afeándole la conducta, ay, a toda aquella gente sucia, ruin y libidinosa. ¿Y cómo no valorar los logros de don Jordi Pujol i Soley, cuyo miedo a un españolismo devastador le ha obligado a ahorrar heroicamente, durante años atroces, incluso mientras era un honesto y fatigado servidor de la patria? Ya digo que el nacionalismo es una ensoñación burguesa, una exudación capitalina, obra del XIX industrial, cuyo sueño de una arcadia rural y un vasto mayorazgo excluye al común de los mortales. Pero no por una ímproba y meticulosa selección natural, o por un alma del idioma que nos atraviesa y nos modula como un fuego, sino por una sencilla razón estadística. Ni todos llevamos los apellidos oportunos -qué le vamos a hacer-, ni todos tenemos un caserío al que regresar, caso de que queramos regresar a alguna parte.

Decía don Eugenio d'Ors, referido al magnetismo doctrinario de Sabino Arana, que "la música no se refuta". Y esto es así porque un hombre que atiende a la verdad de la sangre está mucho menos solo, y se halla más cerca de la revelación, que quien escucha sólo el ruido de las fábricas. Olvidaba decirnos don Eugenio que dicha música era la música del orfeón, y que su timbre no es otro que el tintineo del oro.

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